Warren lleva tiempo insistiendo en que es cherokee e incluso le practicaron un análisis en el que, al parecer, se encuentra un mínimo indicio de esa circunstancia. Nada de particular habría sucedido, pero, hete aquí, que el consejo tribal de los cherokees ha emitido un comunicado afirmando que la conducta de Warren es intolerable, que no es cherokee y que sería de agradecer que dejara de decirlo. Ya puede imaginarse el lector que, de manera inmediata, los republicanos y no pocos demócratas han comenzado a exigir a la señora Warren que renuncie a afirmar que es cherokee y aquí es donde yo me pregunto: ¿y por qué no? Por ejemplo, si la señora Warren hubiera dicho que era un hombre inmediatamente la hubieran aplaudido, le habrían abierto las puertas a las competiciones deportivas como si fuera un varón, incluso habría podido concursar para llegar a la categoría de Mr. Universo. Es verdad que su ADN gritaría a voces que es una mujer y que por más hormonas que se inyectara y operaciones que se realizara seguiría siendo una fémina. Sin embargo, ¿quién se atrevería a decir que no era un hombre? Aún más, ¿quién pretendería negarle esa posibilidad arriesgándose a ser tachado de machista, homófobo y heteropatriarcal? Pues aparte de quien escribe estas líneas pocos, muy pocos por más que por dentro pensaran todo lo contrario. Reflexionemos en ello: un hombre, con un cuerpo cuyas células gritan que es hombre, con un ADN de hombre, con bocado de Adán, es aceptado como mujer e incluso presentado a un certamen de belleza femenino. Todo ello transcurre con aplausos, albricias y parabienes. Pues bien, la señora Warren se siente india y, por añadidura, cherokee ¿cómo pueden atreverse a negarlo? Aún más. Les confieso que yo me he hecho el mismo examen de sangre que la señora Warren y ha señalado que por mis venas corre sangre escandinava. A ver quien tiene quiñones para negar que soy un vikingo.