Fundada en 1998 por cristianos que procedían de otros proyectos sociales paralelos que se ocupaban de enseñanza y sanidad, la ASJ es una clara demostración de lo que pueden hacer cristianos comprometidos no sacando dinero al estado o publicitando conflictos que no existen – como, lamentablemente, es habitual en España – sino acometiendo con el esfuerzo privado y convencido problemas que, de tan reales, resultan angustiosos. El coste no ha sido pequeño. En 2007, fue asesinado uno de sus trabajadores; cuatro han sido secuestrados en otras épocas y las amenazas siguen siendo constantes hasta el punto de que su sede en Tegucigalpa cuenta con medidas de seguridad más que acentuadas para evitar la tragedia.
La ASJ se mueve en torno a dos focos especiales de acción. El primero es la seguridad y la justicia – con su Alianza por la paz y la justicia trabaja, por ejemplo, Jessica Pavón a la que me he referido ya en varias ocasiones – y el segundo, la transparencia y la lucha contra la corrupción. En el primer plano, la ASJ ha llevado a cabo proyectos para lograr la reducción de la violencia de tal manera que algunas comunidades en las que trabaja pasaron en un año de una media de 354 homicidios anuales – sí, han leído bien, trescientos cincuenta y cuatro – a siete. Esa labor llevada a cabo por lo que se denomina redes de confianza no ha sido, sin embargo, adoptada por el gobierno más atento, como sucede en España a otros criterios como son los de partido o los de beneficio propio. ¿Se imagina alguien lo que habría significado que en España, en lugar de apoyar y encubrir a los terroristas de ETA, alguna confesión bien concreta hubiera establecido esas redes para acabar con la violencia? ¿Por qué no lo ha hecho y ha apoyado – y apoya – a los asesinos?
La ASJ se ha enfrentado también con el abuso sexual infantil con una eficacia del noventa y ocho por ciento en su represión. ¿Se imagina alguien lo que habría sucedido en España si alguna confesión en lugar de limitarse a trasladar de parroquia a los depredadores sexuales se hubiera enfrentado con ellos resueltamente?
Añádase a esto la labor de los Clubs impacto destinados a apartar de la delincuencia y de la marginalidad a muchachos entre nueve y quince años y se tendrá un cuadro aproximado.
No menos abrumador es su labor en la segunda área. Los escándalos descubiertos y denunciados por la ASJ hacen palidecer lo que han llevado a cabo El Mundo y Pedro J Ramírez en décadas. Porque los mayores casos de corrupción en Honduras fueron descubiertos y publicados por la ASJ lo que explica, por ejemplo, que las comunicaciones de sus miembros hayan sido escuchadas por los gobiernos y que las amenazas hayan sido y sigan siendo continuas. Pero no se trata sólo de la corrupción. Gracias a la ASJ, se ha podido seguir durante una década el cumplimiento de la norma que entrega los títulos de la tierra a los campesinos porque sí, el sistema registral español es bueno, pero el lío que dejaron los conquistadores a este lado del Atlántico se resiste a la descripción.
Añadan a esto la lucha contra los traficantes de drogas – esa especie que, últimamente, la Audiencia nacional en España suele poner en libertad - y tendrán una idea de lo que es la ASJ.
Curiosamente, Carlos Hernández, el presidente de la ASJ pertenece a la misma denominación evangélica a cuyos cultos asisto los domingos. No es así con todos los trabajadores de la ASJ – algunos no son evangélicos – pero los datos son para llevar a la reflexión. Por ejemplo, en Honduras, han sido asesinados cuarenta y dos pastores evangélicos en los últimos años - ¿a que no lo sabían? – y muchos se ven sometidos a la extorsión y la violencia. A pesar de todo, los resultados están ahí. No se necesita sacar el 0,7 por ciento de los bolsillos de los ciudadanos gracias al pacto entre un presidente socialista y unos obispos de los que más vale no hablar – por cierto, ¿sabían que el papa Francisco ha pedido al cardenal Sistach que no se jubile y siga? – para ayudar a los ciudadanos. Tampoco es preciso gastar presupuestos elefantíasicos – e inútiles – que buscan, sobre todo, colocar a los amiguetes. Ni siquiera hay que dejar en manos de ciertos medios – que hablan cuando quieren y se callan cuando les conviene – la lucha contra la corrupción. Al final, todo está en manos de los ciudadanos, especialmente, si creen que hay una instancia superior a la humana y no identifican esa creencia con engordar las arcas de una institución religiosa que, entre otras actividades piadosas, respalda a terroristas y a los que desean descuartizar la nación.
Porque no se puede esperar a que alguien de pasos para luego ir detrás como corderos – la Historia eterna de España, de Italia, de Portugal, de todas esas naciones que he denominado diferentes de otras con una base mucho más sólida y libre – sino que hay que caminar ya. Y no es que esté mal clamar contra el aborto – todo lo contrario – pero ¿por qué se guarda silencio frente a la violencia asesina de los nacionalistas vascos? ¿Acaso es porque hay correligionarios entre sus filas que incluso ocupan puestos en las instituciones?
El futuro puede ser mejor – yo así lo creo - pero depende no poco de a quienes respaldamos y de lo que estamos dispuestos a hacer más allá de quejarnos, protestar y echar la culpa al último gobierno cuando el mal lo arrastramos desde hace cinco siglos. La ASJ es un claro ejemplo de la veracidad de mis tesis en medio de una situación que, salvo por lo que respecta a la corrupción, es mucho peor que la vivida en España. Mientras, con no poco dolor, yo contemplo cómo hay gente que arriesga su vida en este lado del mundo por lo que es justo mientras en mi nación de origen incluso instituciones que se autopresentan como democráticas e incluso sagradas son el refugio de los criminales.