Por si hubiera duda de que no son de Bilbao, unos letreros anuncian que proceden de Marruecos, Senegal, Sahara, Rumania y Bolivia. Este último informa que en las elecciones pueden votar sus paisanos y los de naciones como Cabo Verde, Corea – no señala cuál de las dos – o Trinidad y Tobago. La verdad es que contemplando las imágenes uno se ve obligado a preguntarse si una justicia cósmica no ha comenzado ya a cebarse sobre las Vascongadas. Aquellos racistas seguidores de Sabino Arana que miraban por encima del hombro a sus hermanos de Andalucía, Extremadura o Castilla ahora dependen del voto de gente de piel azabache cuya lengua original les sonaría como inquietante jerigonza. Aquellos fanáticos nacionalistas que se han hartado de llamar maketos a otros españoles por no nacer en suelo euskaro ahora tienen que pedir el voto a gente venida del otro lado del Sahara, del Atlántico o siquiera del Danubio. Aquellos que se consideraban más católicos que nadie – ¡si hasta ETA se fundó en un colegio jesuita el día de San Ignacio! – van a ver su sagrado suelo hollado por musulmanes, ortodoxos y hasta adoradores de la Pachamama. ¡Toma RH, toma ocho apellidos vascos y toma la amachu que os parió a todos! Al final, los ayuntamientos y las diputaciones los van a decidir no gente venida del otro lado del Duero o del Ebro sino de continentes ajenos más o menos lejanos. Han soñado durante años con una Euzkadi de limpieza étnica y ante esa cerrazón fanática e inexorable, el mismo partido socialista se ha sentado a beber potes con los criminales de ETA. Pues bien, al final, las cosas van a ser muy distintas. Guecho lleva camino de parecerse a Zanzíbar y Sestao va tomando la apariencia de Dakar. Las parroquias se han ido vaciando, pero se erigen unas tras otras las mezquitas. Ignoro si ya queda alguna posibilidad de revertir esta situación, pero al paso que llevamos viajar a ver el Guggenheim va a parecer una expedición para descubrir las fuentes del Nilo y no sé si hasta en las herrikotabernas se plantearan finalmente votar a VOX.