Hasta su autoproclamación como presidente – que, con más voluntad que base, algunos se han empeñado en considerar constitucional – lo conocía muy poca gente más allá de su padre el taxista de Canarias. Ahora es la gran esperanza blanca aunque sólo sabemos de él que es masón – las logias se apresuraron a ordenar a sus miembros que lo apoyaran sin fisuras – que pertenece a la Internacional socialista y que se educó con los jesuitas. También es verdad que los venezolanos vitorearían a Espinete si pareciera que podía echar a Maduro. El respaldo de la Unión Europea, la OEA y la misma Casa Blanca poquísimo significa, más allá de la baza moral y propagandística, y Guaidó – no siendo estúpido - lo sabe. La clave de lo que vaya a suceder en Venezuela está en el ejército, ese ejército de dos mil generales – ochocientos tiene el de Estados Unidos – que ha sido privilegiado descaradamente y, a la vez, sometido a purgas casi stalinistas. Si el ejército sigue respaldando a Maduro, la dictadura chavista resistirá aunque sea con las calles chorreando sangre. Si, por el contrario, las fuerzas armadas abandonan a Maduro se verá en una situación similar a la del cubano Batista hace sesenta años. No tendrá otro remedio que marcharse. Guaidó ha captado que la única manera de cuartear el apoyo militar es ofrecer una amnistía que se ha declarado dispuesto a otorgar al mismo Maduro. En otras palabras, si abandonan al tirano, no responderán por la represión, la tortura, el tráfico de drogas o la corrupción. La propuesta no ha gustado en el exilio venezolano y tampoco en el cubano que sueña – con más entusiasmo que realismo - con que la caída de Maduro se extienda como un reguero de pólvora hasta La Habana. Sin embargo, Guaidó no es tonto ni buenista sino pragmático. Sólo un ejército que abandone a Maduro convertirá en realidad lo que hasta ahora no son sino ilusiones despiadadamente reprimidas. Además habrá que saber cómo persuadirlo porque los ejemplos de Argentina y Chile han dejado de manifiesto que a los militares se les puede prometer la impunidad, pero eso no significa que la promesa se cumpla. La alternativa es la guerra civil o la invasión extranjera.