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Viernes, 22 de Noviembre de 2024

La discreción de Nenuca

Viernes, 12 de Enero de 2018

Estas Navidades falleció la hija única del general Franco. Unos días antes del fatal desenlace, La Razón me encargó un resumen de su vida. Aquí está.

La guerra estaba prácticamente decidida y, en una operación de acercamiento a la opinión pública mundial, alguien alumbró la idea de que desde el bando que iba a ser vencedor se felicitaran las Navidades a los niños. El resultado de la ocurrencia fue que se rodó una curiosa cinta en la que el general Franco invitaba a su hija Carmencita – también conocida como Nenuca y Cotota – a decir a las criaturas de España lo que quisiera con motivo de las entrañables fiestas. La idea de la espontaneidad de las palabras de la hija del general era buena, pero, a continuación, lo que se podía observar era cómo la niña desgranaba con bastante poca naturalidad un mensaje más que ensayado. De hecho, estaba tan trabajado que la cámara mostraba a su lado al propio Franco vocalizando las mismas frases que articulaba Carmencita. Las veces que el militar debió repetirle el guion con la niña es algo que nunca sabremos, pero no debieron ser escasas. Aquella grabación – auténtico testimonio de lo lejos que el franquismo andaba del comunismo soviético o del nazismo en manejo de la propaganda – constituía una verdadera radiografía de lo que sería la vida de Carmen Franco, una encarnación de la discreción más absoluta por mor del impulso paterno. Por cierto, la citada cinta cinematográfica sirve también de mentís rotundo a uno de los rumores que se repitió maliciosamente durante la dictadura, aquel que sostenía que Carmencita no era hija de Franco sino de distintos padres que, supuestamente, la habían engendrado en el vientre de una mora. Basta contemplar a Franco y a Carmencita para que cualquier duda sobre la paternidad se vea más que disipada. Todo ello por no hablar de alguno de los nietos del dictador que ha repetido su fisonomía de manera más que llamativa.

A diferencia de Edda Mussolini o incluso de Svetlana Stalina, Carmen se mantuvo en un más que discreto segundo plano. Llegada la hora del matrimonio, lo contrajo con veintitrés años con Cristóbal Martinez-Bordíu, miembro de la nobleza ciertamente – era marqués de Villaverde – pero no especialmente destacado. En aquella época, se rumoreó con cierto escandalo hipócrita que el marqués había aprovechado su relación familiar con Franco para conseguir las concesiones de un negocio de motos. Quizá fue así, pero ahora semejante circunstancia se antoja ridícula teniendo en cuenta lo que ha podido robar cualquier concejal de tercera de poblaciones de quinta.

Ni siquiera en aquellos años en que a Franco se le denominaba, no sin razón, el galán del No-Do fue la presencia de Carmen especialmente llamativa. Sus siete hijos fueron apareciendo en reportajes como no podía ser menos con nietos del Caudillo, pero supo mantenerse siempre lejos de las cámaras. Quizá esa regla, seguida siempre con pulcritud, se quebró en tan sólo dos ocasiones y no por decisión propia. La primera fue cuando su hija Carmen se casó con Alfonso de Borbón y Dampierre, duque de Cádiz al que algunos soñaron como sucesor de Franco. Nunca quedará suficientemente establecido si existió realmente una trama para continuar el franquismo por vía regia y si de esa ambición surgió el enlace. Si Carmen Franco tuvo algo que ver con él – otro enigma que no se dilucidará jamás – de nuevo hay que reconocerle la discreción. La otra vez no se debió a Carmen sino a los medios. En plena Transición, alguien decidió ejercer de vengador solitario y yendo hacia Suiza la detuvieron en la aduana porque llevaba unos relojes y unas joyas. El episodio quedó en nada, primero, porque no era un delito salir con semejantes objetos personales de España y, segundo, porque quizá el mensaje que se había querido lanzar quedaba más que de manifiesto. A esas alturas, Carmen ya se había convertido, por merced real, en duquesa de Franco con grandeza de España, pero hasta ahí y no más llegarían las aguas de la benevolencia.

El 12 de julio de 1979, estuvo a punto de perecer, junto a su madre, en el incendio del Corona de Aragón cuando había acudido a Zaragoza para estar presente en la graduación de su hijo Cristóbal. En aquel incidente murieron ochenta y tres personas y, de la manera más lógica, se pensó que podía haberse debido a un atentado perpetrado por ETA o por el FRAP. A día de hoy, se sigue discutiendo si el Heraldo de Aragón recibió una llamada que reivindicó el atentado por cuenta de la organización terrorista vasca.

Desde entonces, Carmen Franco se sumió en una discreción aún mayor si cabe que la que había seguido a la citada película de infancia. Ocasionalmente, apareció en algún documental para recordar la manera en que su padre les había referido cómo logró salvar la vida en África al recibir la única herida de su vida y hace unos años aceptó ser entrevistada por Stanley G. Payne y Jesús Palacios para un libro sobre Franco. Sin embargo, logró no verse salpicada con la accidentada vida conyugal de sus hijos o por episodios como el vilipendio continuo a que se ha sometido la figura y la obra de su padre o el controvertido destino del Pazo de Meirás. No debió de ser fácil teniendo en cuenta que, en más de una ocasión, Carmen tuvo que contemplar la conducta de personajes y familias que no formaron precisamente parte de la oposición al Régimen de Franco. En eso, además de en el físico, salió también a su padre. Era la misma discreción casi hermética de alguien que pudo aparecer inaugurando pantanos o autopistas, pero que vivió sin dejar que trascendiera ni un átomo de su vida privada o de sus emociones. Ha fallecido de idéntica manera. Descanse en paz.

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