El yugo y las flechas aparecían en las viviendas sociales del franquismo, pero el peso de la Falange era testimonial. Franco era presencia continua en los medios, pero la mayoría de las veces en relación con actos protocolarios. En algún caso, aquellas instancias eran agobiantes, pero no constituían la tónica general más allá de media docena de días al año si es que llegaban. Incluso la censura se fue relajando como recordarán los que vieron la espalda de Rocío Jurado en televisión. Con inmenso dolor, tengo que decir que, durante los últimos años, comparativamente la situación se ha deteriorado de forma angustiosa gracias a la acción de determinados lobbies. Piénsese, por ejemplo, en el cansino nacionalismo catalán o la asfixiante ideología de género. Nunca vi una cabalgata de reyes con la bandera de la Falange o la imagen de un santo, pero ahora esas cabalgatas tienen que incluir muestras de apoyo a los golpistas de Cataluña o contar con homosexuales o transexuales. Bardem, a pesar de su conocida relación con el PCE, dirigió películas y recibió premios, pero me gustaría ver ahora a alguien que pueda aparecer por el mundo de la cultura tras decir que está hasta las partes nobles de la nefasta ideología de género. Yo pude comprar entonces El capital de Marx y libros sobre la revolución rusa, pero que alguien intente seguir publicando – y no sólo publicando - en Cataluña después de definirse como abiertamente contrario al nacionalismo y a ver hasta dónde llega. Recuerdo incluso que el profesor más liberal que tuve durante el bachillerato fue el de Formación del Espíritu Nacional que venía de Falange, pero que, a la vez, veía positivamente que fuéramos a una monarquía parlamentaria. Discuta alguien ahora el insostenible estado autonómico y que no le pase nada. Todo esto ya me parece de por si preocupante, pero me indigna todavía más cuando las víctimas del totalitarismo de la ideología de género o del nacionalismo son los niños. En nombre de la libertad y la decencia… ¡quitad las manos de ellos!