A nadie se le oculta que en las entregas de las semanas anteriores he definido con claridad mi postura en relación con una España que amo entrañablemente, pero a la que, precisamente por eso, no puedo dejar de contemplar con ojos veraces. No me interesa cantar como grandes momentos lo que fueron terribles desgracias nacionales ni halagar instituciones que tanto daño han ocasionado a mi patria. Mi deseo es contribuir a construir un presente y un futuro que conserven lo bueno y, a la vez, de una vez por todas se libren de todo lo malo que ha perjudicado terriblemente a España y a los españoles.
Viendo la experiencia de siglos de la Historia de España y, de manera muy especial, cómo los logros extraordinarios de unos años se desplomaron un reciente 11-M no puedo contemplar mis deseos sobre España como lo hizo Martin Luther King en relación con los Estados Unidos. A la manera de un sueño.
Sueño en una nación llamada España donde el trabajo sea contemplado no como un castigo de Dios del que huir sino como una oportunidad para ser plenamente humanos unida a nuestra naturaleza desde el principio.
Sueño en una nación llamada España donde la mentira no sea considerada un pecado venial ni disculpada porque la pronuncian nuestros políticos, religiosos, sindicales o familiares sino como una grave falta que no quede sin castigo.
Sueño en una nación llamada España donde ninguna confesión religiosa disfrute de privilegios, eluda el pago de impuestos o marque la política nacional hasta el punto de proporcionar cobertura a terroristas o legitimación a los separatistas.
Sueño en una nación llamada España donde la ciencia y la educación no se vean determinadas por el sectarismo ideológico tanto político como religioso sino por la valía de los investigadores y la sabiduría de los docentes de tal manera que también vayamos sumando Premios Nobel científicos a nuestra trayectoria histórica.
Sueño en una nación llamada España donde el nepotismo resulte impensable en cualquier ámbito y sea contemplado con horror por los ciudadanos.
Sueño en una nación llamada España donde la propiedad privada sea respetada de manera escrupulosa tanto por el Estado como por los particulares y donde la estatal no sea considerada caja abierta para partidos o sindicatos porque el “dinero público no es de nadie”.
Sueño en una nación llamada España donde la administración de justicia sea independiente y no esté mediatizada por los intereses de los partidos políticos, de las instituciones o de los sindicatos.
Sueño en una nación llamada España donde exista una verdadera separación de poderes que se frenen y contrapesen entre si y donde los elegidos representen a sus electores y no a las cúpulas de los partidos que los nombraron.
Sueño en una nación llamada España donde todos los ciudadanos sean libres e iguales sin distinciones regionales, forales o religiosas.
Sueño en una nación llamada España donde la idea de quemar o boicotear libros –en lugar de discutir las ideas que proponen o, simplemente, no comprarlos– no sea defendida fanáticamente ni por la izquierda, ni por la derecha ni por la gente que profesa ideas religiosas del tipo que sean.
Sueño en una nación llamada España donde desaparezcan todos y cada uno de los privilegios disfrutados por ciertas castas de tal manera que los sindicatos sean mantenidos única y exclusivamente por sus afiliados; los partidos políticos única y exclusivamente por sus simpatizantes y las religiones única y exclusivamente por los que creen en ellas.
Sueño en una nación llamada España donde la izquierda no sea un retrato en negativo de la iglesia católica, “única y verdadera”, sino que, por el contrario, tenga entre sus notas de identidad el pragmatismo, la honradez y la flexibilidad.
Sueño en una nación llamada España donde los ciudadanos aborrezcan los pesebres y las subvenciones conscientes de que todo gasto público acaba siendo pagado por ellos y repercute en cuestiones tan relevantes como el empleo.
Sueño en una nación llamada España donde los ciudadanos sean conscientes de que el estado del bienestar tiene un coste, que no está tejido por derechos conquistados – ¿conquistados?, ¿por quién?– y que, por eso, exige una acentuada sensatez a la hora de gastar.
Sueño en una nación llamada España donde la educación no sea un mero vehículo de transmisión de ideologías religiosas o políticas sino un camino para promocionar a los mejores a fin de que ocupen los cargos que en justicia les corresponden para el bien de todos.
Sueño en una nación llamada España donde nadie se vea discriminado, ni positiva ni negativamente, en razón de su raza, sexo, religión, ideología o posición social.
Sueño en una nación llamada España donde asumamos con orgullo nuestro pasado y, a la vez, nos comprometamos a no regresar ni intentar justificar episodios bochornosos como la expulsión de los judíos, el exterminio de los protestantes, la Santa Inquisición, el anticlericalismo, las checas o los fusilamientos de unos o de otros.
Sueño en una nación llamada España donde el localismo no constituya jamás la excusa de los bribones y de los holgazanes para no avanzar, para no asumir los sacrificios comunes y para no unirse a un proyecto nacional de todos.
Sueño en una nación llamada España donde nadie se vea impedido para ocupar un puesto salvo por sus propios méritos, pero no por su raza, su religión, su sexo o su posición social.
Sueño en una nación llamada España donde pueda haber monarquía o república, pero, en cualquiera de los casos, lo importante sean la libertad, la justicia y el amor a la patria por encima de la forma de estado.
Sueño en una nación llamada España donde el asistencialismo deje de tener lugar simplemente porque ningún español quiera ni deba vivir de la caridad o de la subvención sino del honrado trabajo.
Sueño en una nación llamada España donde el criminal no escape al castigo por agua bendita o carnet.
Sueño en una nación llamada España donde la vida humana sea valorada en su justa medida y no puedan darse casos como el de los secuestradores, violadores, torturadores y asesinos de Sandro Palo.
Sueño en una nación donde el pasado –tantas veces trágico, siniestro y aciago– no determine el presente ni el futuro salvo para intentar mejorarlo y
Sueño en una nación llamada España donde las diferencias deriven de que somos mejores y no de que no hemos logrado superar los gravísimos errores y pecados de nuestra Historia.
Sueño, finalmente, en que España, por primera vez en su Historia, conozca los valores que emanan de la Biblia, la única y suficiente Palabra de Dios, y, asumiéndolos, alcance todas aquellas bendiciones que ha perdido durante siglos por haberle vuelto la espalda y confiado en hombres y no en las Escrituras inspiradas por el Espíritu Santo.
En todo eso sueño.
(FIN DE LA SERIE)