Jueves, 25 de Abril de 2024

Yo soy republicano

Lunes, 16 de Junio de 2014

Me cuesta cierto trabajo recordar desde cuando soy republicano. Sé que lo era a los ocho años porque cuando leí Corazón de Edmundo de Amicis lo único que me disgustó fue su canto a la monarquía. La causa – estoy convencido – se encuentra en mi enamoramiento de infancia del sistema estadounidense. A esta razón se sumó – tendría doce años – mis primeras lecturas sobre la revolución francesa.

​Me consta de sobra que hay mucho que objetar a la revolución francesa, pero sus ideales eran infinitamente mejores que los de la monarquía francesa. Al respecto, basta sólo leer la Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano para darse cuenta de que no exagero un punto. Frente a una sociedad estamental en manos de castas privilegiadas como la monarquía, la aristocracia y la iglesia católica se alzaron tesis como las de la soberanía nacional, la igualdad ante la ley o el desempeño de los cargos públicos por los ciudadanos sin más límites que su virtud y su mérito.

Ni siquiera durante la Transición me apunté a aquello de “no soy monárquico sino juancarlista”. Yo sigo siendo un convencido republicano. A pesar de ello, no considero que, a día de hoy, el cambio de la forma de estado trajera ningún beneficio a España. De entrada, la república sería más cara ya que cada cuatro años, a las múltiples elecciones existentes, tendríamos que añadir una más. Tampoco creo, conociendo a nuestros políticos, que el entorno del presidente de la república nos costara menos que la Casa Real. La república tampoco aseguraría una mayor neutralidad política. Por el contrario, se vería trágicamente politizada la jefatura del estado acarreando nuevas tensiones a un sistema que ya ha sufrido un excesivo desgaste por culpa del partidismo. Finalmente, tampoco creo que la república garantizara un nuevo proceso constituyente que diera mejores resultados que el presente. No seré yo quien ignore los fallos y limitaciones de la Transición, pero no me inspira la menor confianza una nueva constitución impulsada por gente partidaria de la bandera de la Segunda república que olvida – o ignora – que la de la primera fue la bicolor; por gente que no respeta las instituciones y que ansía, en el más puro estilo bolchevique, consagrar un poder callejero que controle a los elegidos libremente por los ciudadanos y por gente que aspira a destruir la convivencia ciudadana para no desaparecer por la borda de la Historia por donde ya fue lanzada cuando se colapsó la Unión soviética.

Si la futura república siguiera el modelo americano o el francés y, sobre todo, si además el pueblo español tuviera el sustrato psicológico de siglos que permitiera su arraigo – cosa que no sucede ni por aproximación - seguramente me lo pensaría. Sin embargo, conociendo a fondo a una España que cada vez me duele más e igualmente en profundidad la mentalidad de millones de españoles el advenimiento de una Tercera república sólo puedo contemplarlo como el paso previo a las algaradas callejeras, al desprecio de la legalidad, al enfrentamiento civil, al troceamiento de España y a una conclusión trágica como la de las dos repúblicas anteriores. Si lo sabré yo que soy republicano.

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