Fue la primera porque, en breve, se fueron sumando los avisos de la triste nueva. Conocí a Luis Manuel de una manera que casi podría calificar como accidental. Se puso en contacto con la redacción del programa para comunicarme el silencio que los medios guardaban sobre un tema tan importante como el de la necesidad de donaciones para los trasplantes. Tenía toda la razón y lo invité a venir. Acudió con su madre, la persona que le había donado un riñón y que casi le dio la vida por segunda vez porque le permitió prolongarla por más de tres décadas. Todo podía haberse quedado ahí y Luis Manuel haberse limitado a ser una de tantas personas sin voz a la que dimos voz en su momento. No fue el caso. De hecho, sintonizamos a la primera, como si nos hubiéramos conocido de siempre, pero no fue mérito mío. Es que con él era muy fácil.
Desde entonces, nos mantuvimos en comunicación casi constante. Entraba en mis páginas, comentábamos cosas, me tenía al corriente de su salud. En no pocas ocasiones, me envió privados para ampliar alguna cuestión que se trataba en el muro o para contarme alguna cuestión personal.
Hace unos años, pareció experimentar una recaída de gravedad, pero, gracias a Dios, remontó. En el ínterin nos vimos un par de veces. En una ocasión, al poco de iniciarse mi exilio, acudió a un encuentro con lectores; en otra, vino a escuchar una exposición mía sobre el mensaje de Jesús. Allí coincidió con alguna otra de las personas que han sido extraordinariamente fieles al programa La Voz.
Siempre era igual: sencillo, educado, cortés. Formaba parte de ese reducido grupo de personas que se hace querer. Hace poco me comentó por un privado que había llegado al final de su itinerario y que iba a morir en cualquier momento. Me lo dijo con serenidad, como el que se despide para marcharse a vivir a otro lugar. No puedo ocultar que me conmovió. Incluso me atreví a preguntarle si estaba seguro. Por supuesto, que lo estaba. Hace unos días, fueron los amigos comunes los que me dijeron que ya ha partido. Al mismo tiempo que me uno al dolor de su familia en lo que considero una pérdida irreparable e insustituible, debo decir que estoy más que convencido de que se encuentra ahora en un sitio mejor, un sitio donde se podrán ver aquella manos pequeñas que se aferraban a la vida, aquellos ojos vivos con los que escrutaba lo que se desplegaba a su alrededor, aquella sonrisa especial. Un día, volveremos a reunirnos y será como vislumbrar al amigo que te va a buscar a la estación. Casi con toda seguridad, lo primero que veré cuando salga a recibirme será cómo sonríe a su manera especial. Querido Luis Manuel, hasta siempre.
Y aquí les incluyo el video de aquella entrevista que permitió que nos conociéramos