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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Miami era una fiesta

Martes, 29 de Noviembre de 2016

Lo soñaron durante más de medio siglo y, tras docenas de anuncios fallidos, llegó, finalmente, el día. Fidel Castro había muerto y su propio hermano Raúl lo había anunciado por televisión. Lo que se produjo a continuación, tras unos instantes de pasmada incredulidad, fue un inmenso, electrizante y omnipresente estallido de júbilo popular como, con total seguridad, no ha conocido jamás la ciudad de Miami.

Ya a las tres de la mañana, sin convocatoria previa, sin sms, sin emisoras de radio convocando los cubanos se lanzaron a la calle para festejar la desaparición del tirano. Como era de esperar, el Versalles, local histórico de la gastronomía y del exilio cubanos, reunió en sus alrededores a centenares de exiliados que gritaban, cantaban, saltaban y mostraban los carteles más diversos. Por ejemplo, el que indicaba a Satanás que iba a recibir a Fidel y que debía atormentarlo todo lo que se merecía. Era una opinión porque ya circulaba por wassapp un aviso que afirmaba “Tenemos problemas con Lucifer, lo quiere enviar de regreso, panickeado (sic) de la q puede montar en el infierno”. Con todo, quizá la mejor referencia cómica era aquella que, junto a una foto del Fidel joven, aparecía la siguiente afirmación: “Toda la vida luchando contra el capitalismo y morirme en Black Friday… tiene cojones”. Pero junto a las manifestaciones de alegría que han cortado arterias esenciales de Miami como la calle 40 o la famosa 8, no faltaban las lágrimas. Eran los que recordaban a abuelos, a padres, a hermanos que murieron antes de presenciar el momento de la muerte del hombre que arruinó sus vidas obligándolos a abandonar la tierra donde vieron la primera luz. Las aglomeraciones eran continuas, espontáneas, alegres en torno a los locales de comida cubana pertenecientes a la cadena de La carreta, en el Downtown, en la bakery pegada al Winn Dixie de la 67 avenida, en todas partes. Porque no se trataba de partes de la ciudad como la Pequeña Habana – nombre bien revelador - o de Hialeah, dos de los reductos fundamentales de una población cubana que significa la mitad de los habitantes de Miami. Se trataba, en realidad, de toda la ciudad. A los cubanos, se sumaban los venezolanos que esperaban, por alguna forma de magia simpática, que el ángel de la muerte visitara también a Maduro o los bolivianos que ansiaban que sucediera lo mismo con Evo Morales. Tan sólo algunos lamentaban que Fidel Castro pareciera haber retrasado su fallecimiento hasta el momento en que el presidente Santos, traicionando los resultados del referéndum popular, volvía a sellar con los narcoterroristas de las FARC un acuerdo fraguado en Cuba.

Con todo, sobre el cielo rutilante del entusiasmo que ya brillaba en Miami antes de que amaneciera no han faltado las nubes de la inquietud. Son muchos los que gritan pidiendo que Donald Trump aproveche la situación para ajustarle las cuentas a la dictadura cubana. No son menos los que consideran que es una acción que les debe el presidente electo después de que los votos exiliados fueran clave para su victoria en la Florida. Incluso no faltan los que exigen ahora la muerte de Raul para acabar con la pesadilla Castro porque se temen que lo que venga sea una sucesión familiar en la que al dúo siniestro de los hermanos lo sustituyan hijos y sobrinos. Sin embargo, la realidad no es tan halagüeña e incluso en un día de gozo como el de hoy no son pocos los que se percatan de ello. Recuerdan que Bush no cumplió con sus promesas de apretar más el dogal a la tiranía caribeña y se temen que Trump no revierta un sendero que se abrió gracias a las gestiones del papa Francisco ante el presidente Obama. Piensan en lo que puede pasar en una isla donde la gente hoy calla más que otros días en el temor de que el menor gesto pueda costar un arresto y quién sabe si algo peor. Intuyen – aunque se trata de un tema tabú – que puede acabar derogada la ley de ajuste cubano que otorga a esa inmigración privilegios incomparables como el de recibir el asilo nada más poner la planta del pie en territorio de Estados Unidos o el de contar con la residencia a las pocas semanas de solicitarla. Fidel ha muerto y para más de dos millones de cubanos que siguen recorriendo ahora las calles de Miami como si les hubiera tocado el gordo de Navidad sólo parece haber motivos de gratitud hacia el Todopoderoso como si de una prolongación del día de acción de gracias se tratara. Sin embargo, las preguntas inquietantes se acumulan y resulta punzantemente doloroso intentar responderlas. Así es porque mientras los comunistas de Cuba sueñan con perpetuarse en el poder gracias a la adopción del modelo no chino sino vietnamita, posiblemente los días dorados del exilio se están acercando a su fin entre el aplauso del resto de los hispanos que consideran que los privilegios disfrutados por los cubanos resultan intolerables. Hoy, es día de ron, de cerveza, de danza, de besos. ¿Mañana? Sólo Dios sabe a ciencia cierta lo que vendrá mañana.

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