Viernes, 26 de Abril de 2024

Miguel Ángel in memoriam o por qué no volveré a votarlos

Lunes, 14 de Julio de 2014
Ayer domingo fue el décimo séptimo aniversario de la muerte de Miguel Ángel Blanco. Mentiría si dijera que no recuerdo más que lúcidamente lo que fueron los días que la precedieron.

Al mediodía del viernes 10 de julio de 1997, la banda terrorista ETA lo secuestró en la estación guipuzcoana de Éibar. Pudo llevar a cabo semejante acción gracias a que ETA contaba con presencia en las instituciones y, más concretamente, con Ibon Muñoz Arizmendarreta, un concejal de Batasuna, en el ayuntamiento de Eibar. Tener a los terroristas en las instituciones ha tenido siempre consecuencias funestas como ésa. ETA marcó un plazo de cuarenta y ocho horas al gobierno presidido por Aznar para que trasladara a las Vascongadas a los presos de ETA, o de lo contrario, asesinaría a Miguel Ángel. En realidad, ETA estaba respondiendo a la liberación de Ortega Lara que había tenido lugar diez días antes, el 30 de junio de 1997, tras sufrir 532 días de secuestro en un zulo donde no hubiera sobrevivido una bestia. El ultimátum de los terroristas – verdadero asesinato a plazo fijo - provocó la mayor reacción ciudadana que jamás se había conocido en España en contra de ETA. No menos de seis millones de personas salieron a la calle en toda España para exigir la libertad de Miguel Ángel a la vez que se celebraron más de 1.500 convocatorias de actos públicos improvisados. La angustia, la indignación y la desazón que nos invadían a los que estuvimos en alguno de ellos no se puede narrar. Es para haberlas vivido.

Enfrentada con los ciudadanos, ETA dejó de manifiesto la cobardía repugnante de sus apoyos. Herri Batasuna logró reunir a cincuenta personas en Vitoria y poco más de cien en Guipúzcoa y en Bilbao. Los criminales no escucharon. Cincuenta minutos después de agotarse el plazo del ultimátum, el sábado 12 de julio a las 16:50 horas, ETA asesinó a Miguel Ángel en un descampado situado entre el Hotel Chartel y el barrio de Cocheras del municipio de Lasarte (Guipúzcoa). Fue encontrado en estado de “coma neurológico profundo”. Antes de la medianoche del 12 de julio, el parte médico anunciaba su muerte. Y entonces todos fueron mostrando quiénes eran.

Los primeros, por supuesto, los nacionalistas. El católico PNV, fundado en la obediencia a Roma, protegido por los obispos y rezumante de sacerdotes, fue el primero en pisotear la sangre de Miguel Ángel Blanco abriéndose, como una ramera se abre de piernas, a nuevos pactos con ETA. Como señalaría ETA en uno de sus Zutabes: “Los contactos con el PNV fueron más fáciles que nunca después de la acción contra Miguel Ángel Blanco”. En el Zutabe de agosto de 1998, ETA afirmaba: “esto [el asesinato de Miguel Ángel] llevó a los otros partidos nacionalistas que estaban en la tranquilidad autonomista a resurgir y reactivar su pensamiento abertzale”. Al año siguiente del asesinato de Miguel Ángel Blanco, todos los partidos vascos nacionalistas, incluido Herri Batasuna, firmaron elPacto de Estella o Lizarra. Me da igual que vayan a misa, que se santigüen, que los bendigan los obispos o que los reciba el papa y les regale un rosario. Creo que hasta eso explica todo, pero, sea como sea, las gentes del PNV han sido cómplices de ETA durante años y han preferido escupir sobre los cadáveres de las víctimas con sus acciones a perder un escaño, una concejalía y una prebenda. Antes vivir - a costa de todos los españoles y en comandita con los asesinos - de la gran mentira de la nación vasca que ser una fuerza política pequeña, pero decente. Sin disparar un arma, sus almas están rezumantes de sangre y no los votaría ni harto de chacolí. No son los únicos a los que jamás daré mi voto.

Cuando se celebró el décimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, ZP, ya presidente del gobierno, decidió no aparecer por eso de si las víctimas, cargadas de razón, lo abucheaban; el PSOE montó su historia aparte para luego acusar al PP de romper la unidad de los demócratas; la familia del asesinado sólo contó con el respaldo de una parte de la sociedad y del PP; y los filo-etarras colgaron sus carteles en Ermua sin que el alcalde socialista moviera un dedo para impedirlo. Todo previsible. Pero la traición del PSOE a las víctimas de ETA comenzó mucho antes. A decir verdad, lo hizo, como mínimo, en 1999, cuando miembros del partido socialista comenzaron las conversaciones secretas con ETA para llegar a un acuerdo con la banda terrorista. Las conversaciones – que los protagonistas han definido como “blindadas” – no se interrumpieron ni cuando ETA asesinó a militantes socialistas ni cuando ZP firmaba el pacto anti-terrorista. Seguirían más adelante con el respaldo no impagable – porque se pagó y mucho – pero sí asqueroso de la iglesia católica que proporcionó el lugar donde pactar con ETA y donde custodiar las actas. La iglesia católica nunca ha perdido perdón por resguardar bajo palio a los asesinos y nunca lo hará, pero en eso es consecuente con su cruenta trayectoria histórica en la que siempre ha tenido intereses, pero los principios han brillado una y otra vez por su ausencia. Jamás, jamás, jamás volveré a votar al PSOE mientras no regrese de ese camino siniestro en el que los intereses más bastardos pesaron más no que las víctimas en general sino que sus propios muertos. Pero tampoco se acaba ahí la lista.

El 14 de diciembre de 2003, el PSC pactó con los nacionalistas catalanes el Pacto de Tinell que, como el de Estella, excluía de la vida pública al PP. En enero de 2004, Carod Rovira se reunió en Perpiñán con miembros de ETA y concluyó un pacto para que la banda terrorista no atentara en Cataluña. Ni que decir tiene que los nacionalistas catalanes no han dejado durante décadas de comprender a los asesinos y de apoyar todas las medidas posibles para ayudarlos. Eso cuando no los han invitado oficialmente a las televisiones y las universidades de Cataluña. Jamás, jamás, jamás votaría por un partido nacionalista catalán porque pocas formaciones políticas se me ocurren más cargadas de hipocresía, de corrupción, de latrocinio y de apoyo a los que tienen las manos empapadas en la sangre de los inocentes. Pocas – a excepción de los nacionalistas vascos – han tenido un apoyo más cerrado y contundente de los obispos católicos.

Sabido es que, poco después del pacto del nacionalismo catalán con la banda terrorista ETA, el 11 de marzo de 2004, se produjo una serie de atentados en Madrid que allanaron el camino de ZP a la Moncloa. Años después, ETA señalaría que fueron esos atentados los que impulsaron de manera decisiva lo que ZP denominaría el proceso de paz. Sea como fuere, lo que vino después sería inverosímil en cualquier nación civilizada, sólo que lo vimos de manera tan clara que no hay quien pueda negarlo. Las víctimas acosadas y perseguidas; los terroristas puestos en libertad o adulados; la fiscalía paralizada en su lucha contra el terrorismo; el aparato financiero de ETA huyendo gracias a un chivatazo policial que no se ha aclarado judicialmente ni se aclarará; el pacto con ETA respaldado en el parlamento europeo por iniciativa de los socialistas españoles; ETA de nuevo en las instituciones; Navarra entregada a los nacionalistas vascos; y las actas de los acuerdos con los criminales bajo siete llaves – llaves que huelen a incienso y a sotana, todo hay que decirlo - para que los ciudadanos no sepan toda la verdad. Pero, por desgracia, ahí no acaba todo.

 

Luego vino el PP. No dudo que hay gente honrada y decente entre sus militantes. Me consta. Hasta puedo conceder que incluso tengan algún político competente aunque en los últimos tiempos no es fácil encontrarlo, pero yo en las últimas elecciones generales ya no voté PP y, siquiera por su comportamiento para con ETA, creo que no incurrí en equivocación alguna. La conducta del PP como formación política en relación con ETA ha sido innegablemente inmoral en los últimos años. Podrán dar el nombre de Miguel Ángel a lugares públicos e incluso derramar lágrimas de cocodrilo; podrán decir que ETA está derrotada e incluso podrán instar a los terroristas al desarme, pero mi voto no volverán a tenerlo tras las escandalosas excarcelaciones de asesinos sanguinarios y, sobre todo, con la presencia de ETA en las instituciones afianzada precisamente porque este PP no ha movido un dedo para impedirlo.

Ante la indecencia de su política para con ETA, casi me da lo mismo que Montoro – uno de los grandes responsables de un posible colapso económico - haya hundido todavía más la economía nacional arrastrándola al borde del abismo con una deuda del 98 por ciento del PIB; casi me da lo mismo que el gobierno de Rajoy haya aumentado el número de parados por la sencilla razón de que el PP ha aumentado el gasto público y asfixiado fiscalmente a los ciudadanos que crean empleo; casi me da lo mismo que el PP haya limitado la política exterior de tal manera que ahora España sólo es una nación minúscula entre Francia y Marruecos; casi me da lo mismo que el PP deje a los nacionalistas catalanes robarnos día a día hasta el punto de llevarnos a la bancarrota como nación; casi me da lo mismo que dejen la factura de la luz en manos de nacionalistas catalanes y vascos; casi me da lo mismo que el PP siga vaciándonos los bolsillos para tapar los agujeros de las cajas – especialmente las catalanas – realizados por políticos, sindicatos y amiguetes; casi me da lo mismo que no haya día en que no aparezca alguna nueva trama de corrupción relacionada con ellos o sus amigos o sus paniaguados u otros partidos sobre los que se lanza un oportuno capote y casi me da lo mismo que nos tome por tontos de baba dando unos argumentos para creer en la recuperación económica que hay que ser muy ignorante para aceptar. Todo esto, a pesar de su gravedad, casi me da lo mismo. Lo que no puedo tolerar es su rendición, bochornosa, injustificada, innecesaria y encima negada, ante los asesinos. Todo ello en contra de lo que defendía el PP en la época de Aznar – por cierto, una Aznar muy callado últimamente – con toda la justicia del mundo y con la mayoría de los españoles respaldándolos. Me trae sin cuidado lo que piensen otros, pero yo jamás, jamás, jamás volveré a votar al PP mientras no saque a las franquicias de ETA de las instituciones. Porque al actuar así – aunque lo niegue con gesto de niña pija remilgada - tan sólo está convirtiendo en inútiles las muertes de todos los inocentes asesinados por el nacionalismo vasco. Afortunadamente, no dependo del PP, ni de cajas, ni de partidos, ni de sindicatos para expresarme con libertad y no podrán cerrarme un grifo del que nunca chupé. Mi libertad está sólo en mis manos y, sobre todo, en las de Dios, pero no en las suyas, como, por desgracia, las de tantos otros.

 

En cuanto a Miguel Ángel Blanco sólo deseo que Dios le haya dado el descanso eterno y lo haya librado de ver cómo tratan su memoria no sólo los nacionalistas vascos y catalanes, no sólo el PSOE, no sólo sus antiguos compañeros del PP sino también millones de españoles que, en otra época, salieron a la calle pidiendo su libertad y que ahora ni siquiera recuerdan o quieren acordarse de quién fue. Descanse en paz.

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