El antisemitismo era rampante y había ido agudizándose en los años anteriores; y, por encima de todo, los intereses de las élites no se correspondían con los de la mayoría de la población. Cuando accedió un nuevo rey al trono español, la reacción de los que eran contrarios al statu quo fue buscar aliados en el exterior que les permitieran someter a su voluntad a todos los españoles. No se les ocurrió entonces mejor idea que la de llamar a los musulmanes que se encontraban situados al otro lado del Estrecho. De ellos esperaban que realizaran una función de tontos útiles y que, tras prestar los servicios deseados, se volvieran por donde habían venido o, caso de quedarse alguno, lo hiciera en calidad de cómodo súbdito. Los musulmanes cruzaron ciertamente el mar dando el nombre de Roca de Tarik – Gibraltar – al lugar donde desembarcaron. También aniquilaron con relativa rapidez el orden político ya bastante erosionado por la acción de los que los habían convocado. Sin embargo, ni eran estúpidos ni tenían intención de comportarse como tales. Con una celeridad y una energía fulminantes dejaron de manifiesto que ni iban a retornar a tierras menos amables ni a someterse a los necios que habían pretendido valerse de ellos. Habían venido para quedarse y se quedarían. Fueron necesarios ocho siglos y un sinfín de sufrimientos para obligarlos a regresar a su lugar de origen y reunificar la nación española. Durante mucho tiempo, pareció que la lección había quedado aprendida siquiera por eso de que la letra con sangre entra. Ahora, el nacionalismo catalán está demostrando que no es así. Ni corto ni perezoso, mientras se estrecha el cerco judicial sobre los Pujol, ha prometido a los musulmanes que hay en Cataluña que contaran con la mayor mezquita de Europa a cambio de un “sí” al descuartizamiento de España. Los propios musulmanes aseguran que están viviendo una luna de miel con el nacionalismo catalán. Así porque el nacionalismo catalán – inventor de historias nacionales falsas y negador de la Historia real – ha entrado en una fase en la que parece que no es consciente de las consecuencias de sus actos. Está colocando la cabeza en el tajo de los que pueden cercenársela y todo por no saber que sucedió en España hace mil trescientos tres años.