Ni que decir tiene que semejante visión es profundamente maligna y perjudicial para la convivencia especialmente si tiene lugar en una sociedad democrática. Ciertamente, lo menos que se puede esperar es saber distinguir de manera meticulosamente adecuada entre muertos de primera y de segunda. Por ejemplo, el africano ahogado intentando entrar ilegalmente en territorio español es un muerto de primera; el dependiente español que fenece sin cobrar ni una de las cantidades a las que tiene derecho es de segunda. Fusilado por los franquistas por la razón que fuera – incluso si se trataba de un asesino torturador – es un muerto de primera; asesinado por Santi Potros o cualquier otro criminal de ETA que no ha pasado ni siquiera un año de prisión por cada vida arrancada, es un muerto de segunda. Mujer apuñalada por su pareja es un muerto de primera; esposo suicidado por desesperación ante la aplicación de una inicua legislación de género es un muerto de segunda. Negro tiroteado en una manifestación antiapartheid es un muerto de primera; blancos violados, robados y asesinados con profusión en Suráfrica son muertos de segunda. Huevo del buitre leonado que se estrella cayendo del nido es un muerto de primera; feto humano aniquilado en un abortorio es un muerto de segunda. Estos casos y otros similares hay que tenerlos en cuenta porque, de lo contrario, no podemos comprender a políticos que rinden homenaje a terroristas escupiendo en las víctimas y sus familiares y, a la vez, insisten en los cadáveres de un solo bando de una guerra civil con ocho décadas a las espaldas. Incluso hasta podríamos caer en la inmensa equivocación de pensar que nos encontramos ante un ejercicio satánico de discriminación ideológica, de desprecio por la vida humana y de escupitajos – silenciosos y silenciados, eso sí – sobre el dolor ajeno. Lo dicho. Algunos somos tan bárbaros, tan retrógrados, tan reaccionarios que lamentamos cualquier muerte humana. Sabido es que sólo deben publicarse y doler las de primera y que las de segunda únicamente cabe silenciarlas.