No deseo ser un aguafiestas, pero semejante lectura no es realista y, por añadidura, resulta harto peligrosa para las tres formaciones. Es verdad que la COPE dio hace unos días a Pablo Iglesias la oportunidad de difundir su peculiar cosmovisión durante cincuenta minutos como si fueran aquellos tiempos dorados en que Intereconomía y 13TV lo catapultaron a la fama. Sin embargo, yo, de ser Coleta morada, no contaría con muchos empujones de ese tipo. Podemos está de capa caída y salvo alguna alegría como la de ser la tercera fuerza más votada en Vascongadas no debería caer en irreales ilusiones. En teoría, el PSOE podría llegar a un acuerdo con Ciudadanos que convirtiera a Pedro Sánchez en el próximo habitante de la Moncloa, pero sólo en teoría. Si no consigue recuperar los votantes de antaño puede – a pesar de haber fichado a Irene Lozano - acabar convertido en tercera fuerza política y verse sometido a la terrible humillación de apoyar un gobierno cuyo presidente sea Albert Rivera. Con todo, el que menos puede incidir en ese tipo de triunfalismos es el PP. Desaparecido casi en Cataluña, convertido en la cuarta fuerza – quizá quinta – en las Vascongadas y sin parar de recibir mordiscos de Ciudadanos en caladeros históricos como Valencia y Murcia, cuenta con sobradas posibilidades de continuar su caída y quedarse en una cifra de diputados entre los ciento diez y los ciento veinte. El PP tiene por delante algo más de un mes para no cometer más equivocaciones con el nacionalismo catalán – al que, en vez de cerrar el grifo, le ha dado miles de millones – para no permitir que Montoro – que le ha costado no menos de dos millones de votos – protagonice otro soberbio y ridículo enfrentamiento con otro miembro del gobierno y para amortiguar el frenazo de una economía que ya ha dado muestras de detenerse. Si lo consigue quizá llegue a los ciento treinta escaños. De lo contrario, podría despedirse de gobernar por una más que prolongada etapa. Y es que el suelo está mucho más abajo de lo que todos quieren creer.