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Viernes, 20 de Septiembre de 2024

Penoso, patético y previsible: el viaje del papa Francisco por Cuba y Estados Unidos

Jueves, 1 de Octubre de 2015

​Hace apenas unos meses me encontraba en un programa de TV en Miami, Florida donde se debatía el papel del papa Francisco en la reanudación de relaciones entre Estados Unidos y la dictadura que asola Cuba desde hace más de medio siglo.

Señalé entonces a mi interlocutor – un verdadero fan del pontífice – que el papa Francisco no iba a recibir a los disidentes y que, por el contrario, amoldaría su próxima visita a Cuba a lo que más convinieran a los siniestros hermanos Castro. Como en tantas ocasiones, me habría gustado equivocarme en mi pronóstico. No ha sido así. A decir verdad y dado que el viaje siguió rumbo a los Estados Unidos el resultado final ha sido todavía mucho peor de lo que yo pude señalar. No voy a entrar en la crisis actual de la iglesia católica en Estados Unidos para no desviarme del tema, pero es indiscutible que el papa Francisco intentó en este periplo recuperar un prestigio perdido por una sucesión de años de escándalos sexuales y económicos y, de paso, dejar establecido que la iglesia católica tuvo un papel en la configuración original de los Estados Unidos. La pretensión es lógica. Cuestión aparte es que la base histórica no se corresponda con la realidad. Menos aceptable es la manera en que se condujo en Estados Unidos. Ya resultó bastante lamentable que, por primera vez en su Historia, el congreso decidiera olvidarse del Wall of separation que tan juiciosamente concibieron los Padres fundadores y el papa se dirigiera a gentes que, a diferencia de él, fueron elegidos no por una aristocracia sino por el pueblo. Que el papa se dirigiera a sus fieles parece obligado; que pontificara en la sede del legislativo resulta más discutible. Con todo, hay que reconocer que en ese contexto especialmente el papa Francisco dejó de manifiesto lo que es y lo que representa más allá de la propaganda. Permítanme detenerme en este aspecto.

En Cuba, el papa Francisco no dijo una sola palabra de los asesinados por la dictadura castrista aunque no pocos de ellos eran miembros practicantes de su iglesia; en Estados Unidos, se permitió atacar la pena capital a pesar de que el Catecismo de la iglesia católica no se opone frontalmente a ella siquiera por pura coherencia histórica. En Cuba, no pronunció una sola frase contra un régimen que mata de hambre a sus esclavos desde hace décadas; en Estados Unidos, arremetió contra el sistema capitalista abrazando visiones más que controvertidas como la del calentamiento global. En Cuba, se permitió con un dudoso gusto citar a Ignacio de Loyola, el fundador de la orden a la que él pertenece, para instar a los cubanos a ver los aspectos positivos de la pobreza; en Estados Unidos, una nación infinitamente más próspera y con más oportunidades que la sometida a la dictadura castrista, el papa se permitió fustigar a la sociedad y al sistema por su actitud ante la pobreza. En Cuba, el pontífice no abrió la boca para recordar a los que huyen desde hace décadas del régimen arriesgando – y perdiendo – la vida en el intento; en Estados Unidos, realizó un panegírico de la inmigración que no le comprometía a nada. De hecho, en la presente crisis de los refugiados en Europa, el único estado que no va a recibir a uno solo es el estado Vaticano. El papa Francisco – una vez más – demostró que es complaciente en grado sumo con las dictaduras más repugnantes, pero que siente verdadero resquemor frente a las democracias liberales. Ante las primeras guarda silencios difíciles de aceptar y dispensa sonrisas; en las segundas, también sonríe, pero dispensando juicios contrarios al sistema. Al actuar de esa manera, confirma lo que ha repetido una y otra vez en su pontificado y lo que también dejó de manifiesto en su prólogo a aquel revelador volumen donde se recogían los discursos de Fidel Castro y las homilías de Juan Pablo II cuando visitó Cuba: el papa Francisco está dispuesto a dialogar con todos, incluidos sanguinarios dictadores, menos con los liberales clásicos.

Tampoco debería sorprendernos porque, a fin de cuentas, el sistema político-económico que defiende el papa Francisco es el propio del pensamiento social de la iglesia: un sistema carente de libertad, de orientación predominantemente rural y controlado e inspirado por la autoridad moral del clero. Es justo el sistema que defendieron autores católicos como Chesterton y Tolkien y que se corresponde con la Comarca de El señor de los anillos. Sin duda, ese sistema papal puede ser ideal para los hobbits, pero resulta escalofriante para seres humanos que creen en la libertad y en sus beneficios.

La confirmación de lo que digo quedó de manifiesto en esta visita en uno de los episodios sobre el que incidieron menos los medios y que estuvo más dotado de significado. Me refiero a la canonización de fray Junípero Serra por el papa Francisco. La misma ha estado revestida de irregularidades en la medida en que los milagros de Serra brillan por su ausencia, pero ese es un aspecto menor. Lo importante es lo que Serra hizo y simboliza. Bajo su mando, los franciscanos establecieron unas misiones en California cuya finalidad era catolizar a los indios y abastecer a las fortalezas españolas de frontera. El sistema – católico, imperial, socialista y totalitario - fue un fracaso total y absoluto. Ciertamente, no logró suplir las necesidades materiales del imperio, pero sí redujo a condiciones miserables a los indios a los que se sometía a trabajos forzados en el intento. De hecho, lo normal era que los indígenas escaparan de las misiones, un hecho que provocaba su persecución por los soldados españoles, su reconducción a los centros regidos por Serra y su castigo mediante penas como la flagelación, la reclusión y un etcétera deplorable. A la ineficacia en la gestión y la dureza en las penas se sumó, lógicamente, un efecto pavoroso sobre los súbditos del santo experimento hispano-católico. En 1990, Robert Jackson en su The Dynamic of Indians: Demographic Collapse in the Mission Communities in Northwestern New Spain” publicó, tras estudiar rigurosamente los registros de las misiones, unas conclusiones escalofriantes: el 90 por ciento de los niños nacidos en las misiones murieron antes de alcanzar los diez años de edad; la población de las siete misiones de la Baja California experimentó un desplome demográfico del 83 por ciento mientras que esa tasa llegó al 90 por ciento en las misiones de la Alta California; la esperanza de vida era de 7.4 años en las misiones de la Baja California y de 4.5 en las de la Alta. No sorprende que los descendientes de aquellos indígenas hayan sido los más opuestos a la canonización de fray Junípero Serra. No extraña tampoco la simpatía del papa Francisco por ciertos regímenes ya que la filosofía y los resultados económicos presentan importantes paralelos con los obtenidos por el ya santo Junípero Serra.

Todo lo sucedido, en mayor o menor medida, era previsible, pero también ha resultado penoso y patético. No estaría mal recordarlo – así lo han hecho disidentes cubanos y fieles católicos - en lugar de mirar hacia otro lado porque, a día de hoy y es bien triste tener que reconocerlo, uno de los grandes enemigos teóricos de la libertad a la vez que gran defensor de los sistemas liberticidas es un hombre extraordinaria e injustamente bien tratado por buena parte de los medios que responde al nombre de papa Francisco.

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