Jueves, 2 de Mayo de 2024

Quien salva una vida…

Lunes, 6 de Octubre de 2014

Mi amigo es persona habitualmente sosegada, pero hoy se le ve profundamente emocionado. No puedo evitar preguntarle por qué. “Tu sabes que tengo una página de Facebook”, comienza a decir. Asiento. “Pues verás… hace unos meses me llega un mensaje privado de una de las personas habituales”. “¿Y?”, pregunto. “Me comentó que estaba pasando una situación difícil, que deseaba que la aconsejara… total, por resumir, era una chica que estaba pensando en abortar…”.

​ “¿Cómo?”, pregunto sorprendido. “Lo que acabas de oír. De la manera más tonta, además. Un par de veces que salió con el hijo de su jefe, que se acostó con él…”. “Y un día descubrió que esperaba un niño”, concluyo la frase. “Exacto”, me dice, “No es que la muchacha quisiera abortar de por si, pero, por supuesto, el padre decía que no era el momento adecuado, de los padres del padre ni te hablo y, por supuesto, luego estaban los argumentos del tipo de qué hago con un niño sola, qué va a ser de mi vida. Todo sumado al miedo”. “Es comprensible”, reconozco, “¿y qué hiciste?”. “Pues, en realidad, no mucho”, prosigue “La verdad es que me limité a orar por ella y a decirle que no se dejara llevar por el temor, intenté dar con alguna ayuda social para madres solteras – te adelanto que no hubo nada que hacer - e insistí en que hablara con su familia porque el padre del padre, o sea el abuelo de la criatura, lo primero que hizo fue despedirla del trabajo”. “Y supongo que el hijo de ese hijo de Satanás…”. “Se desentendió totalmente”, me dice, ”No te descubro nada si te digo que hay hombres que son muy hombres para acostarse con la primera que se les cruza, pero que luego no tienen la menor hombría a la hora de responsabilizarse de sus actos”. “No no me descubres nada”, reconozco, “y ¿qué pasó?”. “Pues la verdad sea dicha es que me acordé de aquel artículo que publicaste en La Razón sobre dejar pensar con tranquilidad a la mujer que piensa en abortar e intenté aplicarlo a este caso… y resultó. La chica pensó con calma y su instinto maternal pudo más que cualquier otra consideración. Decidió tener el niño, habló con su familia y…”. Mi amigo se ha emocionado y, por un instante, detiene el relato. “Y… la semana pasada me llegó un mensaje de ella diciendo que su niña había pesado al nacer 3,120 y que era muy feliz y que había sido la mejor decisión de su vida… ¡Y me daba las gracias!”. Contemplo a mi amigo y comprendo su emoción. La suya no fue una gran tarea. No necesitó fondos públicos ni campañas de recogida de firmas. No implicó vocear ni pronunciar la condenación de nadie. Se limitó a apoyar moralmente a una mujer que estaba embarazada y con la que nunca llegó a hablar en persona. Pero no cabe duda de que ayudó a que adoptara la decisión correcta. De manera instintiva, me ha venido a la cabeza el dicho rabínico que afirma que quien salva una vida ha salvado un mundo. Cabe preguntarse qué intereses se ocultan detrás de aquellas conductas que en lugar de preservar esos mundos permiten que se destruyan por millares.

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