Lo que me sobrecoge es la manera en que esa celeridad se consigue no pocas veces en detrimento de la verdad. De la manera más inesperada, surge la noticia y hacia el lugar se desplazan desatados los reporteros con cámaras, micrófonos y bolígrafos. Da la sensación de que todos ellos han adoptado como código deontológico aquella frase del general Custer que afirmaba lo de “el que llega el primero es el primero y el segundo no cuenta”. De ser así, parece que a nadie se le ha ocurrido reflexionar sobre cómo acabó Custer gracias a su apresuramiento por llegar antes que nadie. Como lo que se busca en primerísimo lugar no es la veracidad sino la transmisión de la actualidad, los resultados son nefastos. Se transmite lo que parece ser la realidad y esa impresión que no ha sido contrastada ni analizada ni meditada salta inmediatamente a las tertulias mediáticas donde hay gente que lo mismo sabe de física nuclear que de Oriente Medio porque nadie se queda callado jamás. Se de lo que hablo porque sólo una vez en mi vida recuerdo que contrastaran conmigo una noticia que me afectaba y porque recuerdo que, hace años, me callaba en una tertulia televisiva cuando desconocía un tema – por ejemplo, el fútbol – y me lo afeaban. Cuando la supuesta información llega a las tertulias ya se ha convertido en verdad oficial. Lo que haya aparecido en los medios y lo que hayan repetido los contertulios se ha convertido en carnaza de cafés y bares que es donde se discute la realidad de España. De nada servirá que luego se descubra que la realidad fue distinta, que los hechos eran diametralmente opuestos o que los perjuicios causados pueden haberse convertido ya en irreparables. La rapidez ha prevalecido sobre la verdad y una de las consecuencias será lo que John Ford afirmaba de la leyenda en el oeste y es que, finalmente, adquiere rango de Historia aunque no sea cierta. Las reputaciones destruidas, las personas dañadas, incluso los negocios arruinados no tendrán posibilidad alguna de reparación. Comprendo la importancia de las primicias, de la celeridad, del estar allí, justo allí, pero ¿sería tan grave, tan perjudicial, tan dañino que a la rapidez informativa antepusiéramos la verdad de los hechos?