Sentí una profunda repulsión hacia ZP no sólo porque su política fuera un desastre y nos acabara llevando a una crisis de la que todavía no hemos salido sino porque gobernó basándose en un continuo retorcimiento de la legalidad sin que le temblara el pulso. Despreció instituciones y normas siempre que le convino y sólo su retirada salvó a España de una catástrofe mayor de la que dejó. Lamentablemente, los gobiernos de Rajoy no sólo no corrigieron tan desastrosa situación sino que ahondaron en ella. El decreto-ley se convirtió en norma-rey y, de manera muy especial, desde un ministerio de Hacienda lamentablemente pilotado por Montoro se conculcó una y otra vez la legalidad mediante expedientes jurídicos que no abocaban a la risa porque provocaban el llanto. No es sorprendente que Montoro y otros ministros de Rajoy fueran reprobados porque en cualquier nación civilizada habrían sido llevados ante el juez. Ya advertí entonces y desde esta misma tribuna que la pasividad ante esas conductas estaba empedrando el camino para un desventramiento del ordenamiento jurídico y la implantación de una dictadura. En esa misma dirección, lleva cuatro meses deambulando Pedro Sánchez y sus mariachis nacionalistas y podemitas. No se trata sólo de que les gusta más bordear la ley que a Montoro una orden ministerial. Se trata de que ya han ido ideando cómo controlar los medios de comunicación públicos en una línea bochornosamente adoctrinadora y de que están planteándose dinamitar el senado porque no tienen en él mayoría. Para los que hemos estudiado a fondo las revoluciones de izquierdas – mi tesis doctoral en derecho versó sobre ese tema – lo que está sucediendo es de manual. No tiene la épica de Lenin ni mucho menos, pero sí la cutrez de Chávez a cuyo régimen se presta a salvar Pedro Sánchez o de ese Evo Morales que se ha apresurado a condecorar al presidente del gobierno. Por supuesto, nadie puede prever donde acabará todo esto, pero, desgraciadamente, el camino ya lo tienen más que avanzado.