Aparte de las notables versiones cinematográficas de ambas piezas, es posible que algún lector recuerde a José Luis Pellicena - ¡1982! – encarnado a Salieri o a José Luis López Vázquez en el papel de psiquiatra tratando a un Juan Ribó que se transformaba en caballo. En 1976, la censura seguía activa y lo que más llamó la atención de la gente fue que dos actores aparecieran desnudos en el escenario, circunstancia menor que pasaba por alto lo esencial de un relato de honda enjundia. Todo ello es anecdótico porque lo verdaderamente impresionante es la manera en que Shaffer logró profundizar en complicados conflictos humanos. En La caza real del sol, expuso como muy pocos la verdad de la conquista española del imperio inca sin ceder a leyendas negras o doradas y, a la vez, mostrando cómo los invasores, aunque con las mejores intenciones, no pueden sustraerse a determinadas circunstancias pavorosas. En Equus, ahondó en lo más intrincado de la psique, sacudida, por pulsiones poderosas e ineludibles como el sexo, el deseo de amor o el ansia de trascendencia. Pero, seguramente, su aporte más relevante fue Amadeus. Shaffer no fue original y, de hecho, se basó en una pieza previa de Pushkin. Sin embargo, logró proporcionarle una hondura sobrecogedora. Al análisis de la envidia, único pecado capital que no proporciona el menor placer al que lo comete, sumó el del talento inexplicable que sobrepasa a los que lo contemplan y el del poder que no siempre recae en los mejores para ejercerlo. La adaptación a la pantalla grande suprimió alguna escena del drama – por ejemplo, la de la ira de los masones al descubrir que Mozart ha revelado algunas de sus ceremonias secretas en La flauta mágica – y transformó a un Amadeus alegre y genial en punto menos que superficial y tontorrón. No fue la única vez. Su Ejercicio para cinco dedos había sido maltratado en Hollywood hasta el punto de que el traslado de la acción a los Estados Unidos lo desfiguró deplorablemente. Sin embargo, a pesar de todo, una y otra vez el bisturí del escritor logró abrirse paso y franqueárselo también a los que contemplaban su creación y lo que quedó expuesto no pudo ser más humano.
Les dejo con una escena – extraordinaria – de Amadeus, una de las que contraponen el talento con la aduladora cercanía a los poderosos.