Se ha escrito estos días hasta la saciedad sobre los recientes atentados islamistas perpetrados en la región española de Cataluña. Sin embargo, hay dos aspectos poco o nada tocados en los que creo que merece la pena detenerse. El primero es el papel del nacionalismo catalán en la invasión islámica de España. Ya hace décadas, el gobierno nacionalista de Cataluña decidió poner barreras a los inmigrantes de Hispanoamérica por que estaban inmersos en el pecado horrible de hablar español y abrió las puertas a los musulmanes del norte de África que, supuestamente, no conocían la lengua de Cervantes y serían, en teoría, más proclives a aprender ese dialecto del provenzal que conocemos como catalán. El resultado de semejante medida no escapó al Departamento de estado que, ya hace varios años, señaló que el principal foco de reclutamiento de terroristas musulmanes en Europa se encontraba en Cataluña lo que implicaba un serio peligro para la seguridad internacional. Durante estos días, ha quedado de manifiesto no sólo el papel del nacionalismo catalán en la entrada masiva de musulmanes en su territorio – la mitad de los que viven en España – sino también su pésima actuación. La alcaldesa de Barcelona se negó a colocar barreras para autos en las Ramblas, los mozos de escuadra – de cuadra los llaman en España – se negaron a compartir información esencial con la policía nacional y la guardia civil y el gobierno catalán desoyó las advertencias del español y de la CIA avisando de un posible atentado. Con que sólo una de estas instancias hubiera cumplido con su deber el atentado de Barcelona habría fracasado. Ninguna lo hizo. El segundo aspecto, más importante si cabe, es el de la finalidad específica de los atentados en Europa. Por supuesto, la meta es sembrar el terror y causar daños, pero existe un objetivo más, el de poner a prueba la capacidad de reacción de Europa frente al islam. Los ejemplos son diversos y siempre han estado muy bien pensados. Así cuando hace un par de nocheviejas jóvenes musulmanes cometieron centenares de agresiones sexuales contra europeas no se buscó sólo aprovecharse de manera viciosa de mujeres indefensas sino también saber si Europa se defendería. No lo hizo. Comenzando por Alemania y siguiendo por otras naciones, los políticos prefirieron ordenar a policías y medios de comunicación que callaran sobre los incidentes. Cuando, finalmente, éstos salieron a la luz, todo un sector de la sociedad europea se manifestó mucho más preocupado por el repudio que podían sufrir los musulmanes que por las víctimas de aquella oleada de ataques sexuales. En otras palabras, Europa no sólo carecía de capacidad de reacción ante el ultraje de sus mujeres sino que además contaba con una quinta columna dispuesta a proteger a los criminales. Así ha vuelto a suceder en los atentados de Barcelona. Ha quedado de manifiesto que la sociedad española no reacciona – el video de un sacerdote quejándose en una homilía se ha convertido en viral precisamente por esa circunstancia – y que, por añadidura, mientras que la izquierda está dispuesta antes que nada a defender a los correligionarios de los terroristas, Cataluña ha dejado de manifiesto por enésima vez su absoluta incapacidad para dejar de ser una región española y convertirse en nación independiente. A decir verdad, si tal hecho sucediera para España sería la liberación de una carga más que onerosa, pero para Cataluña se trataría del breve prólogo antes de convertirse en la primera república islámica de Europa occidental.