Carmen Morodo es una de las mejores periodistas que conozco y habría entrevistado maravillosamente al mismísimo Mefistófeles, aunque yo no habría sentido tanto asco tras leer las declaraciones del diabólico ser como tras examinar las de ZP. A principios de este siglo, ZP descoyuntó el cuerpo constitucional empeñado en aliarse con nacionalistas y terroristas para dejar fuera al PP. En esa jugada, miserable y dañina, el inconstitucional estatuto de Cataluña tuvo un papel clave. Han pasado los años y ZP persiste en el mal. Todos los pavorosos desastres que perpetró no tienen nada que ver con él. La culpa es del PP que tendría que haber aceptado que se pisoteara la legalidad; la culpa es del Tribunal constitucional porque reconoció – mínimamente, dicho sea de paso – que aquel estatuto era ilegal y la culpa es de los jueces actuales que se han atrevido a condenar a unos golpistas. La solución no es respetar la ley – eso, a ZP le ha importado siempre un bledo – si no hacer más concesiones a los nacionalistas. Ya no se trata de que los niños catalanes pierdan el tiempo con un hermoso dialecto del provenzal rechazando la oportunidad de dominar el español que hablan seiscientos millones de personas. Además se trata de que hasta los niños de Logroño, Zaragoza o Mieres también lo pierdan estudiándolo y, como se descuiden, aprendiendo también gallego y vascuence. Se trata de que el Instituto Cervantes – del que hablaré un día porque su funcionamiento es una vergüenza y un escándalo – todavía otorgue más espacio del que da hoy al catalán. Se trata de que todavía la dichosa región sangre más económicamente al resto de los españoles. En cualquier nación civilizada, ZP estaría declarando ante el juez por sus tratos con narco-dictaduras como Bolivia y Venezuela. En España, no sólo se pasan por alto esas turbias y miserables conductas sino que además se contempla su estomagante regodeo mientras continua su labor destructiva y salpica de babas ante Podemos. Ciertamente, “el imbécil” – así lo llamó el secretario general de la OEA – cabalga de nuevo. Quizá nunca dejó de cabalgar a lomos de la infamia.