Si pudiera ubicarme en algún punto del pasado quizá preferiría quedarme entre los cuarenta y los cincuenta y aún así lo haría con muchas dudas. A fin de cuentas, creo que todas las edades son hermosas si conservamos un mínimo de lucidez y de salud. Tengo recuerdos hermosos de la infancia, pero a buenas horas iba yo a regresar a San Antón, a darme los madrugones infames de cada día – mi amigo Ricardo soñaba entonces con estar muerto para pasarse todo el día durmiendo – y a soportar el ambiente de la dictadura de Franco que algunos añorarán, pero que a mi, personalmente, no me apetecería padecer de nuevo. También rememoro con ternura la adolescencia y la juventud, pero, por nada del mundo, repetiría los enamoramientos locos y el férreo control paterno. Y, desde luego, empezar de cero en el mundo actual me echa para atrás. En realidad, lo que yo deseo es vivir de acuerdo con mi edad, saborear como un buen vino los años en que me encuentro y descubrir cada día que sigo siendo feliz – a veces, muy feliz – porque cada época tiene su belleza especial. Por una vez, no estoy de acuerdo con la mente lúcida de José de Segovia.