Sin embargo, no puedo dejar de tener la sensación de que casi nadie se ha leído la sentencia. Con un voto decisivo, el del juez Kennedy, designado en su día por Reagan y convertido recientemente en campeón del lobby gay, lo que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha dirimido ha sido, en realidad, la competencia para establecer las condiciones del matrimonio. Así, siguiendo una línea que viene al menos desde los años sesenta, ha resuelto que los estados no tienen ese derecho y, por lo tanto, no pueden impedir definirlo como la unión entre un hombre y una mujer bloqueando así el matrimonio homosexual, paso por cierto dado en docenas de estados. El camino es tortuoso porque la base ha sido un mero conflicto de competencias como los que podría tener, por ejemplo, Cataluña con el legislativo nacional. Semejante circunstancia deja de manifiesto por enésima vez que la agenda gay ha ido avanzando en distintas partes del mundo no de acuerdo a la legalidad sino adaptando esa legalidad, por decirlo de manera suave, a sus fines. Por ejemplo, en Irlanda, el legislativo jamás habría aprobado una ley de matrimonio homosexual, pero el lobby gay supo encauzar sus metas a través de un referéndum que ganó recientemente. Dicho sea de paso, la mayoría de la catolicísima Irlanda pasa más que olímpicamente de la enseñanza papal aunque sigue casándose en ceremonias eclesiásticas y acudiendo a lugares de presuntas apariciones. En Colombia, por el contrario, los adversarios del matrimonio gay y de la adopción de niños por parejas homosexuales defienden la celebración de un referéndum, pero, en este caso, el lobby gay se opone encarnizadamente consciente de que lo perdería de manera estrepitosa y prefiere descansar en una Corte suprema ambigua en sus resoluciones. En España, pudo valerse de un presidente entusiasta como ZP y de un Tribunal constitucional que dictó una espeluznante sentencia donde se sentaba un peligroso precedente, al afirmar que, con el paso del tiempo, la sociedad - ¿consultada por quién? – puede variar la interpretación de la constitución de manera caprichosa. Piénsese en lo que la “sociedad” podría llegar a pensar con un gobierno de Podemos y ya me dirán si no es para inquietarse. El camino no ha sido nunca uniforme sino adaptativo y, ciertamente, no se puede negar que, a pesar de no pocas derrotas, también ha ido obteniendo victorias. Por ello, no deja de ser curioso que nadie se pregunte lo que se agazapa tras la próxima curva del camino. Si la institución matrimonial – heterosexual y monógama – se ha roto por un lado, ¿qué tardará en hacerlo por el otro? ¿Veinte, treinta años? A fin de cuentas, hay muchos más musulmanes que homosexuales.