La circunstancia es relevante no porque Trump sea un multimillonario de trayectoria como mínimo discutible y peinado imperdonable sino, fundamentalmente, porque su éxito deriva de un mensaje totalmente contrario a la inmigración y a los hispanos – especialmente a los mexicanos – que apela al hartazgo de la población blanca. No hace falta que insista en que Estados Unidos tendría serios problemas para seguir funcionando en sectores como el agrícola y los servicios y en estados como Arizona, Nuevo México, California o Texas sin la afluencia masiva de inmigrantes, ilegales incluidos. Eso, guste o no, lo sabe cualquiera que se moleste en estudiar la situación del país de las barras y las estrellas. Sin embargo, la percepción que tiene buena parte de los ciudadanos norteamericanos es que los inmigrantes implican un aumento de la inseguridad y de los precios; provocan subidas de impuestos destinados a convertirlos en clientelas y suponen una amenaza para la identidad nacional. Las quejas pueden ser exageradas, pero encierran, sin duda, una parte de verdad no desdeñable como cuando en un pueblo de Texas se alza como bandera oficial la mexicana o se padece el crimen de algunas bandas callejeras. Con todo, lo realmente inquietante es la manera en que esa visión condiciona el voto republicano. En las primarias, la proporción del sufragio blanco no es inferior al noventa por ciento y obliga a los candidatos a extremar su discurso para conseguir la nominación. Unos meses después, sin embargo, ese mismo candidato tiene que desplazarse aceleradamente al centro para lograr una victoria nacional, pero no tanto que pierda el respaldo que le consiguió la nominación. Para lograr semejante cuadratura del círculo, puede optar – uno de los grandes errores de Romney en las pasadas elecciones – por prescindir directamente de los hispanos y de los negros. El resultado, obviamente, es la victoria de los demócratas que apelan también a las clases medias, pero además tienden la mano a afro-americanos y latinos. No lo va a tener fácil Jeb Bush – que cuenta con una notable aceptación hispana de entrada – si el segundo candidato más valorado para las primarias de New Hampshire es un Donald Trump que ha acusado públicamente a los mexicanos de “traficantes de drogas” y “violadores”. Ese es, a fin de cuentas, el drama del partido republicano.