Quizá un personaje con más consciencia de lo que sucedía a su alrededor hubiera impulsado las reformas necesarias para apuntalar la monarquía. No fue el caso de Alfonso XIII. Convencido de la fidelidad inquebrantable de su pueblo, se limitó a reinar intentando no disgustar a los privilegiados y conservando la idea de que España seguía siendo una potencia que podía permitirse el mantenimiento de un imperio en África. De manera trágica, a medida que pasaban los años, los intentos de regeneración del sistema fueron fracasando escandalosamente mientras los gobiernos – que acabaron siendo de concentración - subían y caían en apenas días. Cuando a la inestabilidad institucional y la inoperancia política se sumó el desastre militar en Annual, la monarquía de Alfonso XIII se vio contra las cuerdas. El monarca consideró que la salida era respaldar el pronunciamiento del general Primo de Rivera y apoyar una dictadura como solución temporal. Desde los oligarcas catalanes a los obispos pasando por los intelectuales casi no hubo nadie que no aplaudiera con entusiasmo aquel paso. Sin embargo, con él quedó sentenciado el régimen. Cuando Primo de Rivera, acosado por casi todos, se retiró, el sistema era incapaz de sostenerse. Bastaron unas elecciones municipales - ¡que ganaron las candidaturas monárquicas! – para que los conspiradores republicanos presentaran al rey un ultimátum instándole a abandonar España. Quizá habría resistido un rey que no hubiera sufrido la depresión por la muerte reciente de su madre y el terror de su esposa ante la posibilidad de que todo concluyera como en Rusia donde el zar y su familia habían sido ejecutados. No lo hizo Alfonso XIII porque ni sus ministros – a excepción de De la Cierva – ni la Guardia civil ni, en realidad, nadie estaba dispuesto a defender la monarquía. Alfonso XIII no había sido malvado ni estúpido ni frívolo. A decir verdad, no carecía de cualidades positivas. Cometió, no obstante, una gran equivocación. Simplemente, dio, por supuesto, que el “ir tirando” de Cánovas era una manera de gobernar. No pudo equivocarse más. A él le costaría morir en el exilio; a España, una guerra civil y una dictadura de casi cuatro décadas. No fue poco tributo para su error. Próxima semana: Canalejas