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Sábado, 21 de Septiembre de 2024

Trump o lo que va de Delos a Bruselas (I)

Lunes, 5 de Junio de 2017

Si algo ha dejado de manifiesto el primer periplo mundial del presidente Trump es la enorme diferencia entre los pensamientos de millones de norteamericanos medios y la realidad política mundial.

Trump, mal que les pese a muchos, llegó a la Casa Blanca porque decía y, al parecer, cree lo que piensan muchísimos de sus conciudadanos. La NATO ha aparecido en este viaje como un ejemplo más que claro. En contra de lo que piensan muchos, la NATO ni fue un proyecto encaminado a salvar a Europa de una posible expansión soviética ni tampoco una idea norteamericana. La idea fue británica – F. D. Roosevelt deseaba, siguiendo el ejemplo de los Padres fundadores, liberar a los Estados Unidos de una alianza militar permanente – y buscaba sustancialmente mantener el orden continental surgido en Europa tras la Segunda Guerra mundial, un orden que quedó expresado en las palabras del baron Ismay, su primer secretario general: “to keep the Russians out, the Americans in, and the Germans down” (mantener a los rusos, fuera; a los americanos, dentro y a los alemanes, abajo). En otras palabras, su finalidad era mantener al imperio británico como la primera potencia europea lo que exigía el respaldo de los Estados Unidos, el antagonismo con Rusia y el sometimiento de Alemania a una función inferior. Dado que Ismay había echado sus dientes político-militares en la India y que el propio Churchill había consignado que Gran Bretaña había ido a dos guerras mundiales para evitar que Alemania se convirtiera en la potencia hegemónica, su punto de vista resulta fácilmente explicable y todavía más comprensible. De ahí que la alianza inicial suscrita en 1949 estableciera que las naciones acudirían en defensa de cualquiera que fuera objeto de un ataque. El enfrentamiento con el comunismo, siquiera inicialmente, no era la finalidad primera sino más bien el reparto de la hegemonía europea a gusto de los británicos. Sin embargo, Gran Bretaña no había salido de la Segunda guerra mundial en posición igual a como había emergido de la Primera y Estados Unidos se había convertido, sin lugar a dudas, en la primera potencia de Occidente. esa potencia ni estaba dispuesta a ser el socorro de las ambiciones imperiales de Gran Bretaña ni tampoco a convertir a la NATO en un cuerpo en el que participar en pie de igualdad. La NATO iba a servir, fundamentalmente, a los intereses geo-estratégicos de Estados Unidos y así cuando en 1954, la URSS solicitó la entrada en la organización recibió la negativa por respuesta. Más que posiblemente a esas alturas, la URSS sabía que la NATO se había articulado contra ella, pero no creó el Pacto de Varsovia hasta 1955.

La NATO inicial pensada por el imperio británico iba a experimentar así una curiosa mutación cuyo antecedente histórico más claro es la Atenas inserta en la Grecia del siglo V. a. de C.. Como los Estados Unidos posteriores a la Segunda guerra mundial, Atenas era la democracia más importante de un mundo helénico sobre el que gravitaban peligros potenciales derivados de regímenes totalitarios. De esa manera, Atenas – cuyos pensadores siguen provocando nuestra admiración a más de dos mil quinientos años de distancia - diseñó una alianza de las democracias – la Liga de Delos – en la que contaba con el papel decisivo como defensora, guía y, sobre todo, potencia política. El papel hegemónico de Atenas implicaba que marcaba la política y que sus intereses eran los primeros a tener en cuenta, pero, a la vez, se derivaban beneficios de defensa y economía para las otras ciudades-estado asociadas. No otra cosa ha sido la NATO durante este tiempo.

Para Estados Unidos, ha significado un esfuerzo económico relacionado con el armamento, pero los beneficios han sido inmensos. Si en estos momentos, cuenta con bases militares en más de ciento cincuenta países, poco puede dudarse de que las europeas se hallan entre las primeras y más importantes. No solo eso. Las bases no tienen contraprestación en ninguno de sus socios y, de hecho, sería impensable una base alemana, francesa o italiana en territorio de Estados Unidos. Algo semejante sucede con el armamento nuclear. Estados Unidos cuenta con el poder de uso y decisión en el territorio de la NATO, pero ninguna nación de la Alianza dispone de esa misma facultad – u otra parecida – en los límites del territorio norteamericano. Lógicamente, esta innegable y cualificada disparidad causó en algunas ocasiones no poco malestar entre los políticos europeos. Así el general De Gaulle, a pesar de su firme anticomunismo, luchó por mantener la independencia de Francia, circunstancia que lo llevaría a enfrentarse nada menos que con seis presidentes de Estados Unidos si comenzamos la cuenta con Roosevelt. Al juicio del veterano militar galo, Estados Unidos era aceptable como aliado, pero no como hegemón.

La posición hegemónica de Estados Unidos no sólo quedaría afirmada con estas circunstancias sino que se manifestaría en terrenos que no agradaron a los antiguos imperios coloniales. Por ejemplo, no hubo ninguna defensa de los intereses imperiales de Gran Bretaña y Francia y así cuando en 1956, estas dos naciones, unidas a Israel, agredieron a Egipto, Estados Unidos se negó a sumarse. Por supuesto, los imperios coloniales europeos en Asia y África no recibieron colaboración de Estados Unidos. A lo sumo, Estados Unidos asumió sustituir a Francia en Vietnam, una de las decisiones no más acertadas de su Historia.

Con todo y se piense lo que se piense de la situación, lo cierto es que de ella derivó beneficios si no iguales, sí importantes para todas las partes. Estados Unidos – es cierto – afianzó su posición de hegemón, pero no es menos cierto que si la Unión soviética pensó alguna vez expansionarse en Europa no lo hizo y, sobre todo, que Europa occidental no tuvo que acometer gastos militares pudiendo dedicar esas cifras a contar con los mejores sistemas de sanidad, cobertura social y educación del mundo sin excluir a Estados Unidos. Es cierto que esos logros los consiguieron también naciones como Suecia sin pertenecer a la NATO, pero ha sido a costa de un gasto militar y de una presión fiscal considerables. El pacto de la NATO, sin embargo, ha pasado por algunas épocas delicadas.

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