Permítanme desgranar unos resultados que dejan extraordinariamente fortalecido a Trump. En primer lugar, está el senado. Salta a la vista que los republicanos no sólo siguen controlándolo sino que además han reforzado su dominio. No habrá impeachment. Luego viene el congreso. Los demócratas pasan a tener la mayoría, pero de manera muy inferior a la esperada. En las midterm, suele ser habitual que el partido de la Casa Blanca pierda el congreso porque los norteamericanos son muy celosos de la separación de poderes y desconfían de un legislativo y un ejecutivo del mismo color. Los republicanos han perdido ese control, PERO – y eso es lo importante – lo han hecho en una proporción muchísimo menor que la que sufrieron en su día Clinton u Obama que sufrieron una disminución de escaños doble a la sufrida por Trump. Finalmente, la otra gran apuesta de los demócratas – las elecciones a gobernador – tampoco salió como esperaban los demócratas. Soñaban con la elección del primer gobernador transgénero – un personaje que era clavado a Pachi López con peluca – de una gobernadora negra y lesbiana en el Deep South y de otro negro en Florida. Ninguna de estas apuestas salió bien y, para colmo, quedó de manifiesto que Trump era capaz de influir más en la voluntad de los electores que Obama. A decir verdad, con enorme diferencia. En resumen, la marea azul ha brillado por su ausencia y ha dejado de manifiesto que Trump es mucho más popular de lo que desearían creer los demócratas, que la propaganda utilizada contra él con la marcha del hambre o los ataques al juez Kavanaugh sólo han convencido a los que ya estaban convencidos y que no va a haber manera humana de empujarlo hasta el impeachment para deteriorar su imagen frente a una reelección. No sólo es que la marea azul ha quedado reducida a un charquito. Se trata también de que los demócratas se han colocado en una incomodísima posición. Pero de eso hablaré el próximo día.