Primero, porque el término genocidio ni siquiera se utilizó en los procesos de esta ciudad y, segundo, porque en ellos se cometieron errores derivados de la falta de documentación – lo que permitió, por ejemplo, que Speer escapara de la horca – o de la dinámica de la guerra fría. A tenor de la nueva reforma, los estudios culpando a IG Farben, Siemens o IBM deberían ser destruidos porque no coinciden con las conclusiones de los juicios. Para colmo, la idea de que la destrucción de libros opera un efecto positivo en la sociedad es una peligrosa y anacrónica estupidez. En ella creyó Felipe II cuando convirtió España en un Tibet cultural en el que no entraban las obras científicas o los estudiantes no podían ir a universidades extranjeras. En ella creyó también el nacional-socialismo alemán dedicado a encender piras con obras “disolventes”. Sin embargo, ¿de verdad piensa alguien que es mejor que los jóvenes no accedan a los Protocolos de los sabios de Sión o a Mein Kampf – convertidas en irresistibles tentaciones - que el que las lean y comprendan lo que determinadas lecturas, tan cercanas a otras de hoy, acabaron causando? No. El camino no es la hoguera aunque revista ropaje informático. Si el ministro de justicia desea acabar con el odio contra grupos distintos haría mejor pasándose por las herriko tabernas; leyendo las columnas que un día sí y otro también se publican injuriando a España en Cataluña y las Vascongadas; impidiendo que los terroristas se sienten en las instituciones pagados con nuestros impuestos o vigilando que tantas embajadas inútiles de determinadas CCAA no se dediquen de manera continua y sistemática a sembrar el aborrecimiento contra nuestra nación esterilizando esfuerzos encomiables como el de la Marca España. Para eso y para “lo otro” tiene más que de sobra con la legislación y la jurisprudencia vigentes como ya lo dejó de manifiesto la sentencia del tribunal constitucional en la demanda presentada por Violeta Friedman contra el antiguo rexista Leon Degrelle. Le sobran instrumentos en las leyes vigentes a menos que, so excusa de perseguir a un Hitler muerto, esté encantado de abrir las puertas de par en par a conductas que habrían entusiasmado al propio Führer.
Artículo publicado en http://www.larazon.es