Precisamente, por ello no han tenido reparo alguno en provocar una subversión callejera que actúa con la misma irresponsabilidad que la que respaldó la mal llamada primavera árabe. Si lo conseguirán – de momento, están subvencionando con cierta generosidad a no pocos de los manifestantes - excede de los límites de estos artículos, pero sí resulta obligado reflexionar sobre los frutos de haber cedido hace años ante el independentismo o de haberlo alentado y reconocido internacionalmente. Si Yeltsin no hubiera capitulado ante los nacionalistas ucranianos; si éstos no hubieran creado una nación artificial y dividida con el respaldo de naciones que dieron muestra de más maquiavelismo que sensatez; si no hubieran podido drenar sus recursos para crear una clientela afín al evangelio del nacionalismo; si no hubieran endeudado al país de una manera que ya no es bueno para nadie salvo para los que desean obtener ganancias de pescadores aprovechando el río revuelto… si nada de eso hubiera sucedido, Europa no estaría corriendo ahora el riesgo de una nueva guerra civil provocada por el hecho de que las naciones no pueden surgir a golpe de mitos y gastos clientelares. Más allá de los análisis, la leche derramada por el nacionalismo ucraniano ya no la recogerá nadie y puede convertirse en sangre en virtud de una trasmutación mucho menos feliz que la que consiguió Jesús en las bodas de Caná transformando el agua en vino. Pocos momentos habrá más adecuados a la hora de reflexionar con lo que puede acabar pasando con otros nacionalismos peninsulares tan carentes de base histórica como el ucraniano, pero todavía más experimentados durante décadas en la creación de clientelas insostenibles y en dilapidar los caudales públicos. Ucrania tiene considerables riquezas naturales y ha podido jugar hábilmente a dos bandas. Al menos, hasta cierto punto. Sin embargo, el nacionalismo sólo ha conseguido empobrecerla, encrespar a la sociedad y demostrarse impotente a la hora de que agentes foráneos desestabilicen la nación.
Ahora meditemos lo que pasaría en una Cataluña o una Euskalherría independientes carentes de esas riquezas, con una deuda galopante, una clientela inmensa y una indefensión absoluta ante las mafias y las potencias internacionales. La primera sería troceada entre el terrorismo islámico – que ya recluta allí a no pocos de los combatientes de Irak y Afganistán – y las mafias del Este de Europa, mientras los tiburones comprarían la tierra por cantidades miserables para revenderla en diez veces su valor diez años después. En cuanto a las Vascongadas, ni siquiera podría pagar su sanidad ni su sistema de pensiones que costeamos ahora todos los españoles mientras las empresas huirían de la Cuba cántabra que crearía Batasuna. En ocasiones, no puedo dejar de pensar que eso es precisamente lo que acabará sucediendo porque, a fin de cuentas, es lo que llevan sembrando impunemente desde hace décadas.