A la heroicidad – ésa con la bravura no la niega nadie – se habrían sumado el desinterés, la ausencia de codicia, el progreso, la piedad espiritual y un deseo de hermanamiento entre razas. Nunca insistiré bastante en lo escandalosamente embustera que es esa versión de la Historia y en el daño que causa a una España y a unos españoles a los que se ve como incurablemente soberbios al negarse a ver las realidades históricas. En España, por supuesto, cuando se cuestiona semejante cadena de mentiras inmediatamente se esgrime la carta de la leyenda negra que, supuestamente, colgaron sobre nosotros nuestros enemigos. La realidad es que el primero que escribió describiendo la realidad – pavorosa realidad - fue un español llamado Bartolomé de las Casas, personaje al que, por un lado, se esgrime para decir que se defendió a los indios y, por otro, se deslegitima afirmándose que era, como mínimo, un exagerado.
Mi intención en el campus era no repetir ni la leyenda blanca – moralmente criminal y culturalmente dañina – ni caer en el indigenismo. Se trataba sólo de mostrar la manera en que vieron las Indias los protagonistas y la manera en que lo contaron. No hablaría la propaganda sino la documentación histórica y, de manera muy especial, los testigos. En la comida de despedida, algunos miembros del campus me dijeron que en tan sólo cinco días, habían aprendido mucha más Historia que la que les habían enseñado por años en la escuela y en la universidad. Se trata, sin duda, de un juicio muy generoso aunque debe reconocerse que lo que escucharon fue la voz de los protagonistas y no las mentiras interesadas de unos y de otros.
El primer día nos detuvimos en ese personaje extraordinario conocido como Cristóbal Colón. Descendiente de judíos, apoyado por judíos conversos y quizá criptojudíos, Colón utilizó la información que le proporcionó alguien que había estado ya en las Indias, un español de Huelva llamado Alonso, para llegar a lo que creyó que era Japón y eran las Bahamas y las Antillas. Colón ocultó su pasado – lo más seguro es que no fuera genovés y sí español – y dejó constancia indiscutible de lo que buscaba: oro y especias. Es verdad que redactó un libro de profecías para convencer a los Reyes Católicos de que podían conquistar Jerusalén si contaban con los fondos de aquellas tierras, pero Colón no marchó a las Indias por razones espirituales ni tampoco la inmensa mayoría de los españoles que, por ejemplo, se quejaban de que se pretendiera de ellos que trabajaran porque para trabajar no habían salido de España. Léanse los escritos salidos de la pluma de Colón – del que fueron exhumandos en 2006 los documentos referentes a su proceso – y se comprenderá de sobra la empresa de Indias, sus motivaciones y por qué Hispanoamérica – y España – son cómo son hasta el día de hoy. En ellos se encuentran los valores de la España católica reafirmados por la Contrarreforma y de los que, para fortuna suya, se vieron libres aquellas naciones que abrazaron los principios bíblicos recuperados por la Reforma.
Contrapunto a Colón fue – lo vimos en el segundo día -Bartolomé de las Casas. Antiguo encomendero, se percató a la perfección de que la encomienda era un régimen explotador que causaba, literalmente, la muerte de indios por millares. Precisamente por ello, abandonó la suya e intentó durante años reformar la administración española en las Indias que se estaba traduciendo en el exterminio masivo de los indígenas. Al norte, los desplazarían, los privarían de sus tierras y los recluirían en reservas. En la América hispana, se exterminó a etnias enteras desde los primeros días y se redujo a los indios a una explotación económica que no excluyó ni siquiera a los niños.
Horrorizado por lo que definió adecuadamente como exterminio, Las Casas llegó a proponer que se trajeran esclavos negros de África para evitar que los indios perecieran sometidos a la servidumbre. Una injusticia no acabó con otra no menor. Los indios siguieron siendo explotados y, por añadidura, los primeros esclavos africanos llegaron a América. Tras un fracaso tras otro, Bartolomé de las Casas logró que el emperador dictara las Leyes nuevas donde se prometía que la encomienda sería temporal y no perpetua como era convirtiéndose así en un verdadero instrumento de espantosa esclavitud. Sin embargo, a los pocos meses, las protestas de los encomenderos llevaron a Carlos V a volverse atrás de todo en Malinas: la encomienda sería perpetua. Las Leyes nuevas – con las que tantos se llenan la boca – no pasaron de ser papel mojado por la codicia de los españoles trasplantados a las Indias.
Por supuesto, los encomenderos y, especialmente, los clérigos odiaban a Las Casas. El padre Motolinia lo criticó acerbamente por no aceptar las bondades – supuestas – de la encomienda donde el indio era explotado y, de paso, se le enseñaba el catolicismo. Sepúlveda se enfrentó con él en Valladolid apelando a Aristóteles y a santo Tomás para señalar que los indios eran una raza inferior que debía someterse a la superior que era la española. Mientras que Las Casas vio cómo sus escritos eran prohibidos o no se publicaban – alguno tuvo que esperar al siglo XX para ver la luz - elDemocrater de Sepúlveda continuó siendo un éxito editorial hasta poco antes de la pérdida de los últimos vestigios del imperio americano en 1898. A los españoles, por lo visto, les encantaba escuchar lo de que eran un pueblo nacido para mandar sobre naciones destinadas a ser esclavas. Como Hitler estaba en el futuro, el mensaje no era políticamente incorrecto y, por supuesto, no sólo España abrazó esa legitimación del expolio masivo.
Las Casas a esas alturas ya profetizaba que los españoles serían castigados por Dios por la manera en que se comportaban en las Indias. Lo hacía precisamente cuando la España contrarreformista de Felipe II pasaba al puesto primero de la Historia en lo que a bancarrotas se refiere. El lugar lo sigue ocupando y todo indica que puede batir el record el día menos pensado.
Sus últimos años los ocupó Las Casas en reflexionar sobre el Perú. Por aquel entonces, no pocos conquistadores españoles habían saqueado, asesinado y violado tanto que tenían problemas de conciencia. Además al seguir existiendo Tupac Amaru en la selva de Machu Picchu se temía que pudiera restaurar la soberanía de los incas. Tras su absolutamente indispensable Brevísima relación de la destrución de Indias, en 1561, con ochenta y cinco años, compuso su libro De los tesoros del Perú (De Thesauris) donde proponía respetar la autoridad inca y que ésta, a su vez, aceptara la soberanía del rey de España y que fuera la única que pudiera conceder la explotación de las minas. Insistía en que en ningún lugar del Nuevo Mundo, el sometimiento de los indios había derivado de una decisión libre de los mismos.
El 18 de julio de 1566, Las Casas murió en Madrid en el convento dominico de Atocha. Debería ser algo presente en la mente de millones de españoles, pero sé por experiencia que los mismos feligreses de la parroquia ignoran el hecho en su mayoría.
Muerto Las Casas, prohibidas sus obras, silenciados sus escritos, incluso hubo quien pensó en acabar con sus esfuerzos. En 1571, el Memorial de Yucay fue presentado al virrey de Perú Francisco de Toledo. He tenido ocasión de ver a algún defensor de la leyenda blanca apelando a ese documento como una muestra de la compasión con que la iglesia católica trató a los indios americanos. Para decir eso hay que ser un miserable embustero o un ignorante supino porque pocos documentos más asquerosamente racistas han salido de mano humana. Escrito muy posiblemente por el jesuita Jerónimo Ruiz del Portillo, el Memorial de Yucay afirma que Las Casas ha sido engañado por el Demonio ya que los españoles emplean los metales preciosos para combatir a herejes y turcos. En otras palabras, la opresión de los indígenas está justificada por dos razones fundamentales. La primera que sus bienes son usados contra el protestantismo y el imperio otomano – el Memorial infame presenta a Las Casas como un aliado de los herejes luteranos – y la segunda porque de las dos razas, la blanca y la roja, es obvio que la primera es hermosa y superior mientras que los indios son una raza “muy fea, con legañas, tonta y bestial”. Se trata, sin duda, de un ejemplo maravilloso de la verdadera Historia no sólo de la iglesia católica sino también de la dominación española y de Hispanoamérica. En estos dos primeros días, los asistentes al campus tuvieron ocasión de escuchar a Colón, a Las Casas, a los encomenderos, al autor del Memorial de Yucay y hacerse su composición de lugar. Al tercer día, hablaron los propios indígenas.
CONTINUARÁ