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Jueves, 21 de Noviembre de 2024

De izquierda a derecha (III): PSOE

Martes, 1 de Diciembre de 2015

Mencionar al PSOE en España provoca reacciones encrespadas. Quizá tenga lógica si se tiene en cuenta que es el partido que más ha estado en el poder durante los últimos cuarenta años y que en algunas regiones como Andalucía no ha existido alternancia en el gobierno. Para algunos, es el bastión de la defensa de la clase obrera y “los de abajo”; para otros, es el epítome de la desvergüenza. Guste o no, creo que el tema merece juicios más sopesados.

Históricamente, desde su fundación el PSOE fue, lamentablemente, un partido totalitario. Muy lejos de la evolución de los socialdemócratas alemanes o de los laboristas ingleses, el PSOE se caracterizó por una enorme pobreza intelectual, por un dogmatismo sectario y ramplón y por una visión revolucionaria profundamente anti-democrática. Ya dijo Pablo Iglesias que estarían en la legalidad cuando favoreciera sus fines y fuera de ella cuando fuera contraria. Así ha sido durante la mayor parte de su Historia y esa circunstancia explica su triste papel durante la Segunda república donde se alzó en armas en octubre de 1934 contra el gobierno legítimo y donde colaboró a la revolución y a la cruenta represión que la acompañó desde el primer día de la guerra civil comenzada en 1936.

El PSOE fue inexistente durante el franquismo porque, en parte, sufrió una represión feroz, y, en parte, quedó desarticulado por sus luchas internas en el exilio. Su papel fue muy inferior al del PCE durante la dictadura y si, durante la Transición, dio un salto adelante que lo convirtió en la primera fuerza de la izquierda se debió a una suma de factores a los que poco o nada contribuyó. El más relevante fue la diplomacia de Estados Unidos. Decidida la Casa Blanca a que el PCE no fuera el equivalente del PCI en España, buscó la creación de un partido de izquierdas que lo reemplazara y Willy Brandt recomendó directamente a Felipe González, un joven abogado laboralista que había refundado con unos cuantos el PSOE arrojando a la cuneta a los ancianos de antaño. Durante décadas se creyó que Alemania y, en menor medida, Suecia habían financiado al PSOE. Era cierto, pero el dinero procedía de Estados Unidos y de polos tan significativos como la Fundación Rockefeller y la misma CIA.

Partiendo de esa base, el PSOE iba a renunciar al marxismo – Felipe González fue artífice principal de ese paso – a permanecer en la NATO y a seguir una política atlantista sin alharacas, pero innegable. Tan claro fue que Javier Solana, uno de los primeros ministros socialistas, acabó siendo el factótum de la NATO y el responsable directo de los bombardeos en la antigua Yugoslavia, un episodio sobrecogedor del que todavía no se han sacado las debidas consecuencias. Por ejemplo, fue por aquel entonces cuando la NATO comenzó a respaldar a terroristas islámicos que llegaban y actuaban en territorio europeo.

El PSOE llegó al poder a inicios de los año ochenta porque no iba a afectar los privilegios de ningún poder fáctico – fue, por ejemplo, Felipe González el que dijo aquello de “a la iglesia católica ni tocarla” – porque la UCD fue un desastre propio de la derecha española que devora sobre todo a los suyos y porque millones de españoles lo contemplaron como la única opción de modernización y de despegue final del franquismo. Aquel PSOE tenía un programa de modernización que, en muchos aspectos, era positivo. Quizá incluso hubiera podido ser un partido al estilo del SDP alemán. No fue así y no lo fue porque de donde no hay no se puede sacar y España – honrosas excepciones aparte - da de si lo que da de si. En muy poco tiempo, el PSOE captó el clima general: en España, la corrupción comenzaba desde lo más alto y en Cataluña, un tal Pujol había creado un sistema de clientelismo que garantizaba la estancia indefinida en el poder. A ninguna de esas circunstancias se opuso el PSOE y, en breve, junto a logros innegables – sí, los tuvo – apareció una corrupción colosal, un amiguismo asfixiante y un pragmatismo cínico que buscaba poco más que servirse del poder en beneficio propio. Naturalmente, para mantener todo en pie hubo que machacar fiscalmente a millones de españoles e incluso proyectos acertados sobre el papel se malograron porque los amigos encargados de los mismos no destacaban ni por su preparación ni por su inteligencia.

A partir de 1992, el PSOE no tenía discurso coherente ni plan de gobierno y los medios – algunos – publicaban escándalos relacionados con él a diario. Tengo para mi que ni siquiera Felipe González estaba totalmente en sus cabales en sus últimos tiempos mientras la nación se deslizaba por unos derroteros que demostraban que el sistema estaba muerto. Si no falleció del todo fue gracias a la llegada de Aznar al poder, pero de eso hablaremos otro día. Durante sus dos mandatos, el PSOE podría haberse regenerado y convertido en un partido sensato como el SDP alemán que para salvar el estado del bienestar no dudó en recortarlo y mejorar su eficacia. Sin embargo, el PSOE de ZP hizo todo lo contrario. Cuando llegó al poder gracias a los atentados del 11-M y a uno de los comportamientos más miserables que se han visto en la política occidental entre el 12 y el 14-M, ZP sólo tenía claro que iba a impulsar a minorías ambiciosas y aduladoras como la gay y la feminista y que iba a forjar una alianza con los nacionalistas catalanes y vascos para gobernar eternamente.

Mientras las arcas siguieron llenas para muchos fue el mejor de los tiempos aunque pocas veces la izquierda pudo ser más irresponsable, demagógica, ineficaz para lo bueno y estúpida. En 2007, una crisis propia de España y anterior a la mundial, cayó sobre los sueños de ZP como un nublado sobre un sembrado. Visto y no visto, la deuda, el déficit y los impuestos se dispararon aunque es justo decir que no llegaron a los extremos terribles que alcanzarían con Rajoy y Montoro. Lo que tenía enfrente no era mucho – algunos lo advertimos – pero ZP hizo todo tan rematadamente mal que su derrota era inevitable y prefirió marcharse antes. Y, sin embargo, a pesar de su vomitiva demagogia progre, ZP fue un lacayo servil de las castas privilegiadas. Por ejemplo, a pesar de su anticlericalismo, subió la tajada que se lleva la iglesia católica del IRPF del 0.3 por ciento al 0.7 además de cerrar los ojos ante otros desmanes de la Conferencia episcopal. Por ejemplo, se llevó a partir un piñón con la banca hasta el punto de que Botín lo llamaba “mi amigo José Luis”. Por ejemplo, dio a las oligarquías nacionalistas de Vascongadas y Cataluña ríos de concesiones aunque significara dejar sin agua a Valencia, Murcia y Almería. No. El PSOE no aprovechó los años de Aznar para mejorar. Todo lo contrario. ¿Y los de Rajoy? Pues para ser sinceros me gustaría creer que sí, pero no veo el menor indicio de ello. A pesar de la juventud de su nuevo capo, el PSOE es una maquinaria vieja, sectaria, fofa, acomodada y con ganas de trinque, pero no parece que mucho más. No he logrado – y lo he buscado con verdadero interés – dar con una sola propuesta que sea sensata, necesaria y posible en todo lo que llevan diciendo estos cuatro últimos años. La misma idea de la reforma constitucional para contentar a Cataluña me da escalofríos porque tiene todo el aspecto de que le concederían un pufo como el vasco o el navarro, es decir, justo lo contrario de lo que nos dicen que deberíamos hacer con Vascongadas o Navarra.

¿Quién puede votar al PSOE en las próximas elecciones? Pues aparte de los que le deben un pesebre o temen perder el que disfrutan gracias a él no se me ocurre mucha gente. De entrada, muchos votantes de izquierdas prefieren a Podemos porque piensa que son más honrados. Quizá además de los beneficiados por el PSOE le puedan dar su voto los acostumbrados o los que piensen que si no Rajoy puede repetir como presidente de gobierno lo que no deja de ser un argumento de peso. Quizá, pero si Ciudadanos lo superara en votos no me llevaría sorpresa alguna. Hacer las cosas mal una y otra vez y no aprender nunca de los errores para enmendarlos no merece otra respuesta de los ciudadanos.

 

CONTINUARÁ: Ciudadanos

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