Este tipo de literatura es fruto de la actividad docente, exegética y recopiladora de los escribas y rabinos. Surgida en buena medida de un deseo de hacer accesible la Biblia en la vida cotidiana, del estudio de la misma derivan consecuencias legales (halajáh) e histórico-teológicas (haggadáh). La primera aparece conectada directamente con el texto escriturístico en forma de comentario o bien se sistematiza temáticamente. Este último modelo es el seguido por la Mishnáh, la Tosefta y los dos Talmudes, obras que pueden agruparse bajo el epígrafe de literatura talmúdica. En ellas la haggadáh aparece intercalada con la halajáh pero en diverso grado. La segunda cristalizó fundamentalmente en forma de interpretación de la Bíblia. El comentario rabínico, sea haggádico o halájico, se denomina midrásh. En cuanto a la exégesis popular y tradicional de la Bíblia se ha transmitido en el targum. Su origen seguramente es precristiano, pero de las compilaciones que han llegado hasta nosotros la más temprana no resulta anterior al s. II d. C.
1. Literatura Talmúdica
a) La Mishnáh
La palabra Mishnáh podría traducirse literalmente como “repetición” y, efectivamente, tal fue el significado que le atribuyeron algunos de los denominados Padres de la iglesia. No obstante, la concepción hebrea parece contener mejor la idea de “enseñar o aprender la ley oral”, tarea realizada, eso sí, a través de la repetición. Constituye el código más antiguo de la ley judía que ha llegado hasta nosotros, aunque contamos con antecedentes en las Reglas de Qumran, el Rollo del Templo y Jubileos 50. La obra se divide en seis órdenes (sdrym), a su vez subdivididos en sesenta tratados (msktvt) aunque en las ediciones impresas aparecen como sesenta y tres, ya que Baba qamma, Baba mesi’a y Baba batra son independientes, al igual que Sanhedrín y Makkot. Cada tratado aparece dividido en capítulos (prqym) y párrafos (mshnyvt). El lenguaje de la Mishnáh es hebreo postbíblico (mishnaíco) y su contenido es halájico en la práctica totalidad. Con la excepción de las Middot y Abot, la haggadáh sólo aparece esporádicamente.
La tradición judía atribuye la composición de la obra a R. Yehudá ha-Nasí, a finales del s. II o comienzos del III. d. de C cuya muerte debió producirse entre el 192-3 y el 217-20 d.C. Con todo, hay citas de rabinos posteriores a Yehudah ha-Nasí lo que indica un proceso de edición y canonización de la obra algo lento. La Mishnáh pues refleja, aunque de manera parcial, la forma de interpretación de la ley judía que se dio cita en las escuelas asentadas en Israel desde finales del s.I hasta finales del s.II d. C. Si bien sólo de un sector de los fariseos y manteniendo fuera de su interés lo que pudieran decir saduceos, esenios o judeocristianos.
b) La Tosefta
Esta obra (tvspt’ = suplemento) constituye otro intento de recopilación de normas interpretativas de la Ley. A diferencia de la Mishnáh, no logró alcanzar rango canónico. Su contenido es esencialmente tanaítico y, tradicionalmente, se ha atribuido a R. Hiyyá b. Abba, discípulo de Yehudá ha-Nasí. No obstante, es más probable que la obra sea una fusión de dos colecciones halájicas de Hiyyá y Hoshayá. Su estructura es muy similar a la de la Mishnáh. De los sesenta y tres tratados de la última sólo faltan Abot, Tamid, Middot y Quinnim; el resto cuenta con equivalente en la Tosefta. Contiene mayor cantidad de haggadáh que la Mishnáh.
c) El Talmud de Jerusalén
La Mishnáh se convirtió a lo largo de los s. III y IV en la obra esencial en las escuelas rabínicas asentadas en Israel, especialmente en Tiberíades. Enriquecida con materiales de procedencia diversa (exégesis, otras colecciones) se convirtió en el Talmud palestinense o de Jerusalén (TalPal o TJ). En el mismo se interpreta el texto de la Mishnáh pasaje a pasaje, recurriendo muy frecuentemente a la casuística. Incluye las opiniones de los amoraítas (literalmente “locutores”), letrados del periodo post-mishnaíco correspondientes a los s. III y IV, y las baraitot (singular bryt’), dichos que no registra la Mishnáh, pero que son coetáneos de la misma y que se citan en hebreo dentro de un pasaje arameo del Talmud.
Este Talmud menciona a Diocleciano y a Juliano, pero no a figuras judías posteriores a la segunda mitad del siglo IV, por lo que su estructura actual debió adquirirla poco después del 400 d. de C. Aunque su contenido principal es halájico, reune asimismo una considerable riqueza de materiales haggádicos. Hasta nosotros sólo han llegado los cuatro primeros sedarim (con la excepción de los tratados Eduyyot y Abot) y el comienzo de Niddá. Los comentarios y discusiones arameos, la Guemarah, están escritos en dialecto galileo.
d) El Talmud de Babilonia
Se cree que la Mishnáh fue llevada a Babilonia por Abba Arika, Rab, un discípulo de Yehudá ha- Nasí. No tardó en sufrir un considerable incremento de material que concluyó en su codificación final en el s. VI. En el Talmud babilónico (TalBab), la haggadáh está representada más ampliamente que en el de Jerusalén aunque tampoco abarca toda la Mishnáh. El primer séder se ha perdido por completo salvo Berajot; Shekalim está ausente del segundo séder; el cuarto carece de Eduyyot y Abot, el quinto de Middot, Quinnim y la mitad de Tamid, el sexto se ha perdido salvo Niddá. Aunque abarca treinta y seis tratados y medio frente a los treinta nueve del TJ, en la práctica, es cuatro veces más voluminoso y, en sus ediciones, aparecen siete tratados extracanónicos a continuación del cuarto séder. Desde la Edad Media, ha sido objeto de mayor veneración.
2. El Midrash
Aparte de la Mishnáh, la Tosefta y los dos Talmudes existen otros escritos de corte rabínico relacionados con el Antiguo Testamento y dedicados al comentario del mismo pasaje por pasaje. Estos comentarios (= midrashim) contienen material halájico y haggádico. Las composiciones más antiguas (Mekilta, Sifra, Sifre) son una mezcla de ambos pero con predominio halájico. Su vinculación principal con la Mishnáh se da en lo relativo a la época y el contenido. Las posteriores suelen ser haggádicas casi por completo (Midrásh Rabbá, etc), aparecieron en época amoraítica y se compilaron en el periodo siguiente. El origen de los midrashim no está en el estudio académico de la Torah, sino en los sermones pronunciados en la sinagoga con fines de edificación espiritual.
Las tres obras más antiguas, Mekilta (sobre Exodo 12-23) atribuida a R. Ismael, Sifra (sobre Levítico) y Sifre (Números 5-35 y Deuteronomio) forman un grupo claramente independiente. Con frecuencia se mencionan en el Talmud y, más concretamente, Sifra y Sifre de manera explícita. Se ha afirmado - aunque siga siendo objeto de controversia - que la Mekilta y Sifre reflejan la visión de la antigua halajáh, mientras que la Mishnáh, la Tosefta y Sifra corresponderían a un periodo posterior de la evolución jurídica. En Sifra es muy escasa la haggadáh, mientras que en la Mekilta y Sifre la proporción de haggadáh es considerable (cerca de la mitad en el último escrito). La lengua de los midrashim tanaíticos, como acontece con los restantes comentarios, es hebrea en la práctica totalidad, si bien ocasionalmente aparecen palabras, frases o incisos en arameo. En su forma original los midrashim tanaíticos fueron compuestos en el s. II d. C. pero experimentaron una revisión con posterioridad.
3. El Targum
La palabra aramea (y hebrea) “targum” deriva del acadio targumanu, el “intérprete”, que, a su vez, puede haberse originado en el hitita. En el sentido que la empleamos aquí se refiere a todo un segmento de la literatura rabínica relacionado con la traducción de los textos sagrados, aunque, en realidad, más que de traducción tendríamos que hablar de perífrasis en las que aparecen insertos buen número de elementos interpretativos. Aunque en los libros con contenido legal las ampliaciones tienen forma halájica, por el contrario, en su mayoría son de origen haggádico.
Todos los libros bíblicos poseen un targum salvo aquellos que ya contienen fragmentos en arameo como es el caso de Esdras, Nehemías y Daniel. En algún caso, como sucede con los libros del Pentateuco o Esther, existe una pluralidad de targumim. Los targumim estaban en algunos casos relacionados con la liturgia (fragmentos de un targum sobre Levítico Q IV) pero este hecho no es, ni lejanamente, generalizado (Tg de Job Q XI). En Neh 8, 8 se nos recoge el relato de una interpretación oral de la lectura pública de la Torah y no resulta inhabitual asociar este episodio con los orígenes de los targumim. A esta lectura del Templo se añadirían además otras cuyo trasfondo sería sinagogal. La finalidad inmediata era hacer accesible - mediante la traducción y la interpretación - el contenido de las Escrituras hebreas a una población cuya lengua hablada ya no era el hebreo. Los targumim se aplicaban a los textos leidos de manera oficial en la sinagoga, es decir, la Torah y las haftarot o pasajes de los profetas seleccionados en relación con aquella. La lectura se realizaba primeramente sobre el texto sagrado y luego, versículo a versículo (la Torah), o en trozos más amplios (profetas o escritos), el targumista interpretaba oralmente el pasaje en concreto. Los targumistas no podían tener ante sus ojos un texto escrito mientras pronunciaban la interpretación - presumiblemente para que no se confundiera ésta con el texto sagrado y, por lo tanto, la memoria y los métodos mnemotécnicos tenían un valor esencial. Con todo, no existe constancia de que los targumim no pudieran ser consignados por escrito.
Existen tres targumes de la Torah. El primero es el denominado Yerushalmi, que es el más antiguo, basado en una tradición oral antigua recogida por las escuelas rabínicas de Galilea a partir del s. II d. de C. Hasta 1950 sólo era conocido en forma fragmentaria en manuscritos particulares y en algunos trozos de la Geniza del Cairo. El hallazgo por A. Díez Macho de un manuscrito completo - el Ms. Neofiti 1 - en la Biblioteca Vaticana nos ha permitido acceder a un texto con una ortografía repetidamente modernizada y, sustancialmente, en buen estado de conservación.
El segundo es el de Onqelos al que las escuelas babilónicas del s. III otorgaron un carácter oficial aunque, presumiblemente, su origen es palestino. Contiene un texto muy parecido al del hebreo original y, aunque tiene algunas amplificaciones haggádicas, su halajáh es esencialmente rabínica. Su lengua es un dialecto diferente del primer targum de la Torah y más parecido al arameo de Daniel.
El tercero es el Yerushalmi 1 (TJ 1) o del Pseudo-Jonatán (Ps-J) contiene pasajes del Yerushalmi en un contexto similar al Onqelos y con pasajes midráshicos de origen indeterminado.
El targum de los profetas (libros de Josué a 2 Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce profetas menores) quedó fijado en el ambiente del que nació el Onqelos, en el mismo dialecto arameo y con la finalidad de que tuviera el mismo valor que éste en la lectura sinagogal. No es seguro si existió un targum Yerushalmi de los profetas pero sí parece que hubo un targum de las haftarot. En esos pasajes es donde hay más desarrollos haggádicos. El targum de Jonatán pretende asemejarse lo más posible al original hebreo y sólo alguna vez opta por la versión libre, lo que se ha interpretado como residuos de un targum Yerushalmi. Un ejemplo de esto lo tenemos en Is 63, 1 que revela la existencia de un targum más antiguo en que el pasaje se interpretaba de manera mesiánica como lo hace el autor judeo-cristiano de Apocalipsis (19, 13). De hecho, esta interpretación es la que se da en el Tg Yerushalmi de Gn 49, 13-14. El targum de Isaías es el más desarrollado y resulta indiscutible que en el mismo se dan elementos de una apologética anti-cristiana, como, por ejemplo, en la interpretación distorsionada de Is 52, 13-53: 12. El Tg de los profetas constituye un testimonio de primer orden en relación con la teología rabínica y resulta indiscutible que algunos de sus aspectos son de aparición anterior al cristianismo.
Las meguil.lot o rollos (el Cantar de los cantares, Rut, las Lamentaciones, el Eclesiastés y Esther) son testigos de una ampliación targúmica específica del texto primitivo que puede concluir en un midrásh arameo. Aunque las tradiciones parecen ser en algunos casos muy antiguas, su forma actual es reciente. La lengua predominante es el arameo de Galilea como en el Tg Yerushalmi del Pentateuco, aunque se advierten resquicios - posiblemente debidos a las manos de los copistas - del arameo del Tg de Onqelos. En general, puede decirse que los targumes de las Meguil.lot se acercan más a la literatura edificante que al modelo targúmico puro.
También existen targumes referidos a los Ketubim (Salmos, Job, Proverbios y 1 y 2 Crónicas). En los dos primeros casos el texto no se fijó nunca de una forma oficial y es corriente encontrar en algunos pasajes dos o tres paráfrasis del mismo texto. Existen además varias familias de manuscritos, lo que explica, por ejemplo, la carencia de coincidencia absoluta entre las Políglotas de Amberes y de Londres. El targum de Crónicas ha llegado hasta nosotros sólo en tres manuscritos. En cuanto a los salmos aparecen representados en un número de manuscritos considerable, cayendo muchas veces en ampliaciones de tipo haggádico que, prácticamente, constituyen un comentario. Estos targumes resultan especialmente interesantes porque permiten rastrear algunas de las interpretaciones mesiánicas utilizadas por el judeo-cristianismo y que, posteriormente, en todo o en parte, fueron rechazados por el judaísmo rabínico.
Aparte de los targumes referidos a los libros sagrados del canon hebreo o palestino - que es el mismo que, dentro del cristianismo, siguen las iglesias protestantes y distinto del mantenido por la iglesia católica - hay que indicar la existencia de targumim relacionados con los deuterocanónicos o apócrifos. En estos casos, lógicamente, el texto del que se parte para la elaboración de los targumim es el griego. Así tenemos targumim de Tobías, de las adiciones al libro de Esther (sueño de Mardoqueo y la oración de Esther) y de los suplementos a Daniel (provenientes de la versión de Teodoción).
Me consta que esta introducción puede haber sido muy dura para algunos ya que, en contra de lo que se suele presumir, el conocimiento del judaísmo no está precisamente extendido. Sin embargo, a pesar de su extensión, era indispensable.
Los materiales proporcionados por las fuentes rabínicas relacionados con el objeto de nuestro estudio son susceptibles de agruparse en dos tipos. Pero de eso – para no cansar a los lectores – hablaremos ya la próxima semana.
CONTINUARÁ