Hay noticias que le parten el alma al más curtido y entre ellas se encuentra la de enterarse de la muerte de un niño que sonríe. Durante días, al otro lado del Atlántico, he estado siguiendo las noticas de esa criatura con una expresión facial que sólo se da en la inocencia infantil, que había desaparecido y que se llamaba Gabriel.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que me enfrenté con el Calígula de Albert Camus. Fue en uno de aquellos Estudio-1 que hicieron más por la cultura de los españoles que todos los ministerios de ese jaez que han gastado el dinero de los contribuyentes durante los últimos cuarenta años.
La semana pasada, estuve otra vez en el programa de El Espejo. Esta vez, el tema era la crisis coreana.
Las cartas de la cautividad (II): Filemón
Todos sabemos que, a lo largo de nuestra vida, se presentan momentos de dificultad. En ocasiones, esa dificultad puede llegar incluso a lo dramático. En momentos así, las respuestas son diversas. Hay quien decide apoyarse en otros seres humanos y en instituciones.
No deja de ser enormemente significativo que justo después de definir a sus discípulos con el término “felices” (o bienaventurados o dichosos) y explicar las razones de esa dicha, Jesús realizara una rotunda afirmación, la de que eran LA sal y LA luz del mundo.
Ver la realidad española a kilómetros de distancia tiene su aquel. Así, cuando contemplé videos de la “huelga feminista” con añosas señoras bailando como si fueran colegialas de la época en que ellas eran colegialas – o sea hace décadas - o con una anciana que decía con voz bronca: “¡A por ellos!” me pareció que todo se reducía a un un episodio ridículo y pintoresco.
Tendría unos trece años cuando vi la versión cinematográfica de la novela interpretada por Richard Burton.