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Sábado, 28 de Septiembre de 2024
César Vidal

César Vidal

Editorial: Vuelve la Propiska - 22/01/21

Viernes, 22 de Enero de 2021

El editorial de César Vidal.

Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el viernes 22 de enero de 2021.

Con Sagrario Fernández-Prieto.

Las noticias económicas del día con César Vidal y Lorenzo Ramírez.

Las noticias del día - 21/01/21

Jueves, 21 de Enero de 2021

Las noticias del día con César Vidal y María Jesús Alfaya.

El editorial de César Vidal.

Programa completo de La Voz de César Vidal publicado el jueves 21 de enero de 2021.

Fue Lutero el autor de la frase precisamente en unos momentos en que la Reforma devolvía la música de los cultos al pueblo.  Desde hacía siglos, como tantas cosas buenas, esa música había estado secuestrada en manos de clérigos manteniendo apartada a la gente que no formaba parte de esa casta privilegiada.  La Reforma, sin embargo, no sólo devolvió la música al pueblo sino que además le dio un impulso extraordinario de belleza, espiritualidad y elevación que perdura hasta el día de hoy.  Igor Stravinsky llegaría a decir que con el coral protestante la música clásica había llegado a su cima.  Se puede estar o no de acuerdo, pero compositores como Bach o Haendel obligan a pensar que no iba tan desencaminado.

La causa del último ataque de Mahoma contra la Meca ha sido objeto de no escasa discusión sin excluir a las propias fuentes islámicas.  Dado que el tiempo por el que se concluyó el tratado de Hudaybiyya ha sido objeto de transmisiones contradictorias para aquellos que lo fijan en tan sólo dos años, el ataque de Mahoma estuvo legitimado por el simple hecho de que el plazo de aplicación habría prescrito.  El problema es que también hay fuentes en que se mencionan plazos de cuatro e incluso de diez años lo que, de ser cierto, privaría de justificación la ofensiva de Mahoma.  En esos casos, se intenta buscar la legitimación para la ruptura de hostilidades en la violación del acuerdo por parte de los Banu Bakr, unos aliados de los coraishíes.  Fuera como fuese, lo cierto es que Mahoma había decidido lanzarse sobre la Meca y, para conseguirlo, impidió la entrada de gente en Medina a fin de que nadie pudiera observar los preparativos bélicos; despachó emisarios para convocar en su ayuda a las tribus aliadas y movilizó a sus fuerzas.  El secreto del plan resultaba tan esencial que ni siquiera Aisha consiguió enterarse de lo que estaba sucediendo. 

     A pesar del sigilo con el que Mahoma preparaba las operaciones, en la Meca temían un posible ataque ya que Abu Sufyan – que, según la tradición islámica, ya creía en el triunfo de Mahoma vista la reacción que su carta había provocado en la corte del emperador Heraclio – se dirigió a Medina con el propósito de visitar a su hija Umm Habiba, una de las esposas de Mahoma.  La reacción de ésta fue durísima.  Nada más ver a su padre, enrolló la estera en que descansaba Mahoma cuando la visitaba y gritó a Abu Sufyan:  

 

    - Eres un pagano y no debes profanar el lecho del Enviado de Al.lah.    

 

     Abu Sufyan, irritado por el comportamiento de su hija, le espetó:

 

     - ¡Hija!  ¡Qué mala te has hecho!

 

      En realidad, Abu Sufyan sólo se había encontrado con un ejemplo de lo que significaba el nuevo ordenamiento jurídico-espiritual establecido por Mahoma en cuyo seno las relaciones espirituales implicaban un vínculo más poderoso que el de la sangre.  Ante esa situación, Abu Sufyan decidió encaminarse a la mezquita para entrevistarse directamente con Mahoma.  La respuesta de éste fue que los mecanos nada tenían que temer si habían sido fieles al pacto.  Abu Sufyan regresó, pues, a la Meca sin tener una idea clara de cuáles podían ser las intenciones de Mahoma.  Eran éstas obvias porque no tardaron sus fuerzas en salir de Medina por caminos poco transitados para evitar el ser advertidas.  A ellas se sumaron los contingentes de los aliados hasta alcanzar una suma de unos diez mil guerreros que se detuvieron ya cerca de la Meca.  Fue entonces cuando un incidente pudo dar al traste con el elemento sorpresa.

    Uno de los seguidores que formaba parte del ejército de Mahoma, pero que también tenía una esposa y un hijo en la Meca intentó comunicarles la amenaza que se cernía sobre la ciudad sagrada.  Todo se descubrió al procederse al registro de una mujer que llevaba una carta advirtiendo del ataque inminente.  Las fuentes islámicas no coinciden en si llevaba la misiva oculta en el cabello o en la vagina [1], pero la noticia pudiera ser histórica.  También es posible que lo sea la tradición que afirma que, llevado ante Mahoma y algunos de sus seguidores, obtuvo el perdón porque era un veterano de la batalla de Badr y además no había logrado su objetivo.

     Por añadidura, tendría lugar un episodio que facilitaría el éxito de Mahoma.  Había ordenado éste al atardecer que cada uno de sus hombres procediera a encender un fuego.  Abu Sufyan, que seguía inquieto ante la posibilidad de un ataque y que había decidido explorar por si mismo las colinas cercanas, tuvo oportunidad de contemplar los fuegos y llegó a la conclusión de que una fuerza muy numerosa amenazaba la ciudad de la Meca.  Sin embargo, no tuvo posibilidad de avisar a los coraishíes.  Mientras llevaba a cabo su exploración, fue capturado por un musulmán que, mientras lo conducía a la tienda de Mahoma, le indicó que lo mejor que podían hacer los mecanos era rendirse.  Mahoma no estaba dispuesto a dejar escapar una presa de tan enorme importancia y que, por añadidura, había sido uno de sus peores enemigos en los años anteriores.  Consciente de la tesitura en que se hallaba, Abu Sufyan reconoció que no había más dios que Allah y que Mahoma era su enviado. 

      La capitulación de Abu Sufyan encontró en Mahoma que le prometió que respetaría la vida de cualquiera de los coraishíes que buscara refugio en la casa de Abu Sufyan, y de los que depusieran sus armas y se encerraran en sus casas manteniéndolas cerradas.  Las palabras de Mahoma sólo admitían una interpretación que se sustentaba en terribles precedentes.  O los coraishíes capitulaban de manera incondicional o quedarían expuestos a sufrir la misma tragedia que las tribus judías vencidas por Mahoma.

     A la mañana siguiente, al amanecer, Abu Sufyan, acompañado por al-Abbas, se encaminó hacia la Meca para comunicar la propuesta de Mahoma.  En paralelo, las tropas de Mahoma se desplegaban en orden de combate precedidas por heraldos que anunciaban que estarían a salvo los que entregaran las armas o se refugiaran en la Kaaba o en la casa de Abu Sufyan.  Difícilmente, se podía haber expresado con mayor claridad lo que podía ser la suerte de los que ofrecieran resistencia y Abu Sufyan se esforzó por convencer a sus paisanos de que ésta carecía de sentido.  Fue así como Mahoma llegó hasta las puertas de la Meca.          

CONTINUARÁ


[1]  Véase al respecto, J. Vernet, Oc, p. 156.

Semejante situación, considerablemente delicada, alcanzó condiciones de verdadera tragedia en la lucha contra los holandeses que fueron sumando triunfo tras triunfo hasta culminar en la victoria sobre las armas españolas en la batalla de las Dunas (1639).  Esa situación en creciente deterioro llegó a un punto decisivo con la denominada crisis de 1640.

     Al ser derrotados los suecos en la batalla de Nordlinga librada en el marco de la guerra de los Treinta años, Francia decidió intervenir al lado de los protestantes.  La medida resultaba significativa porque Francia era una nación mayoritariamente católica, con un rey que se jactaba de su catolicismo y gobernada por un cardenal.  Sin embargo, como en la época de Francisco I, primó la razón de Estado sobre otro tipo de consideraciones.  Así, iniciada la guerra, las tropas francesas sitiaron Fuenterrabía en 1639 y ocuparon Salses en el Rosellón.  La situación fue aprovechada por el Conde-duque de Olivares para llevar las tropas que debían combatir a las francesas a Cataluña e intentar que esta región contribuyera al esfuerzo de guerra.  Sin embargo, lo que se produjo no fue la colaboración catalana en la defensa nacional sino el denominado Corpus de sangre (1640) seguido de la secesión de Cataluña impulsada por las oligarquías de esta región que soñaban, estúpida y orgullosamente, con convertirse en una especie de república como la de Venecia en el noreste de la Península Ibérica.

     La secesión de Cataluña fue tan sólo el inicio del descuartizamiento de una nación sólo cosida por los Reyes Católicos con el hilo de la iglesia católica.  Vino seguida por la de Portugal ese mismo año y por la conspiración para separar Andalucía al siguiente.  Este último episodio arruinó el crédito político de Olivares que acabó siendo desterrado en 1643.  Sin embargo, no acabaron ahí las desgracias del Conde-duque.

     En 1644, el Conde-Duque de Olivares fue procesado por la Inquisición.  La acusación concreta que se formuló contra él fue la de leer el Corán y los escritos de Martín Lutero.  Un tal Juan Vides denunció en abril de 1644 que sabía por Francisco López, un sirviente de Olivares, que éste para dormirse ordenaba que le leyeran el Corán o libros de Lutero.  López acusó como lectores a Melchor de Vera, un paje que ya había muerto, y a una doncella llamada Agustina de la Hoz que ahora era monja.  La religiosa confesó, efectivamente, que había leído a Olivares el Flos Sanctorum, las obras de Teresa de Jesús y una Historia del Cisma de Inglaterra, así como alguna vez a Lutero, pero nunca el Corán.

      Parece que, efectivamente, el Conde-duque ordenó que le leyeran obras de Lutero, pero, según sabemos por el testimonio del embajador inglés Hopton, fundamentalmente porque discutía con él de religión y deseaba estar bien informado.  Lo más probable es que Olivares, en vez de ser un simpatizante del protestantismo, en realidad, sólo deseara saber de lo que hablaba – circunstancia nada habitual en el catolicismo de esa época y de otras – e incluso se atreviera a ser un apologista.

      Arce, el inquisidor general, alargó los trámites para evitar el proceso de Olivares que se encontraba ya al final de su vida.  Sin embargo, la imagen de Olivares quedó muy dañada dado que también se le acusó de preparar el regreso de los judíos, algo que se correspondía con la realidad y que había arrancado del deseo del Conde-duque de revitalizar la maltrecha economía española.  Finalmente, Olivares expiró en 1645 siendo sepultado en el convento de Loeches.     No cabe duda de que su proyecto había fracasado.  Sin embargo, sus planteamientos eran acertados y la mejor prueba de ello es que en el s. XVIII se volvieron a intentar precisamente las mismas reformas que él había propuesto.

    Contra Olivares se han formulado multitud de acusaciones que pretenderían desdorar su figura histórica.  Así, se ha señalado que tenía espías, que creía en monjas milagreras, que tramaba conspiraciones o que subió los impuestos.  La verdad es que todos y cada uno de sus comportamientos los encontramos también en el cardenal Richelieu con notables agravantes como los de ser peor persona además de cruel.  Sin duda, Olivares fue un personaje de tanta valía o más que Richelieu y, desde luego, mejor ser humano.  Fracasó, sin embargo, frente al cardenal francés porque Olivares tenía que sujetar un edificio que se cuarteaba y que además carecía de cohesión sustentado únicamente en la unidad religiosa.  Por el contrario, Richelieu capitaneaba una potencia en alza que además estaba más cohesionada y donde no se consintieron comportamientos como el de Cataluña ni tampoco se consideró tolerable que la causa de la Contrarreforma prevaleciera sobre los intereses nacionales.

          La caída del conde-duque de Olivares dejó de manifiesto que era posible gobernar sin validos y, a la vez, sentenció el final de la hegemonía española y la recta final de la decadencia de la dinastía de los Austrias.  El imperio se había desangrado en su papel de espada de la Contrarreforma y de defensora de los intereses de la Casa de los Habsburgo o Austrias en el centro de Europa.  Ahora poco podía hacer para sobrevivir y recuperar Cataluña y Portugal.

     La política de Felipe IV no dejó de constituir un fracaso total porque Olivares se viera apartado del poder.  En 1647, los tercios españoles fueron derrotados en la batalla de Lens, la última gran batalla de la guerra de los Treinta años.  Sin embargo, la monarquía española no se dio por vencida.  Mientras que el imperio alemán capitulaba poniendo fin a la guerra de los Treinta años mediante la paz de Westfalia - una paz de la que se excluyó a la Santa Sede, tan responsable de la guerra; que garantizaba la libertad religiosa y en la que se consagraba la derrota de la Contrarreforma en Europa central -  España se aferró a la esperanza de que, reconociendo la independencia de Holanda, podría vencer a Francia y recuperar Cataluña y Portugal.  Fue una vana ilusión.

     En 1648, mediante la paz de Münster se reconoció internacionalmente la independencia de Holanda y se le permitió bloquear el puerto de Amberes con lo cual Bélgica, bajo dominio español, quedó económicamente asfixiada. 

    Finalmente, en 1659, tras más de una década de agonía continuada, España reconoció con el Tratado de los Pirineos la victoria de Francia y la mutilación de Cataluña.  Pensaba aún Felipe IV recuperar Portugal, pero, en 1668, a los tres años de su muerte, la independencia de la pequeña nación fue reconocida por el Tratado de Lisboa.

      El panorama a la muerte de Felipe IV era, ciertamente, muy malo.  El nuevo orden europeo se basaba en el descuartizamiento de Alemania y en el hundimiento del imperio español, factores a los que se unían el triunfo de la libertad de conciencia en buena parte de Europa y la derrota de la Contrarreforma que, no obstante, vino acompañada de la hegemonía de una Francia mucho más pragmática que España a la hora de trazar su política exterior.  El coste de apoyar a una Santa Sede no pocas veces traidora había sido onerosísimo para España.

     Para colmo de males, el heredero de Felipe IV era un personaje anormal y la paz de los Pirineos establecía el matrimonio entre Luis XIV y la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, con lo que las posibilidades de engrandecimiento de Francia a costa de España se ampliaban.

CONTINUARÁ

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