La causa del último ataque de Mahoma contra la Meca ha sido objeto de no escasa discusión sin excluir a las propias fuentes islámicas. Dado que el tiempo por el que se concluyó el tratado de Hudaybiyya ha sido objeto de transmisiones contradictorias para aquellos que lo fijan en tan sólo dos años, el ataque de Mahoma estuvo legitimado por el simple hecho de que el plazo de aplicación habría prescrito. El problema es que también hay fuentes en que se mencionan plazos de cuatro e incluso de diez años lo que, de ser cierto, privaría de justificación la ofensiva de Mahoma. En esos casos, se intenta buscar la legitimación para la ruptura de hostilidades en la violación del acuerdo por parte de los Banu Bakr, unos aliados de los coraishíes. Fuera como fuese, lo cierto es que Mahoma había decidido lanzarse sobre la Meca y, para conseguirlo, impidió la entrada de gente en Medina a fin de que nadie pudiera observar los preparativos bélicos; despachó emisarios para convocar en su ayuda a las tribus aliadas y movilizó a sus fuerzas. El secreto del plan resultaba tan esencial que ni siquiera Aisha consiguió enterarse de lo que estaba sucediendo.
A pesar del sigilo con el que Mahoma preparaba las operaciones, en la Meca temían un posible ataque ya que Abu Sufyan – que, según la tradición islámica, ya creía en el triunfo de Mahoma vista la reacción que su carta había provocado en la corte del emperador Heraclio – se dirigió a Medina con el propósito de visitar a su hija Umm Habiba, una de las esposas de Mahoma. La reacción de ésta fue durísima. Nada más ver a su padre, enrolló la estera en que descansaba Mahoma cuando la visitaba y gritó a Abu Sufyan:
- Eres un pagano y no debes profanar el lecho del Enviado de Al.lah.
Abu Sufyan, irritado por el comportamiento de su hija, le espetó:
- ¡Hija! ¡Qué mala te has hecho!
En realidad, Abu Sufyan sólo se había encontrado con un ejemplo de lo que significaba el nuevo ordenamiento jurídico-espiritual establecido por Mahoma en cuyo seno las relaciones espirituales implicaban un vínculo más poderoso que el de la sangre. Ante esa situación, Abu Sufyan decidió encaminarse a la mezquita para entrevistarse directamente con Mahoma. La respuesta de éste fue que los mecanos nada tenían que temer si habían sido fieles al pacto. Abu Sufyan regresó, pues, a la Meca sin tener una idea clara de cuáles podían ser las intenciones de Mahoma. Eran éstas obvias porque no tardaron sus fuerzas en salir de Medina por caminos poco transitados para evitar el ser advertidas. A ellas se sumaron los contingentes de los aliados hasta alcanzar una suma de unos diez mil guerreros que se detuvieron ya cerca de la Meca. Fue entonces cuando un incidente pudo dar al traste con el elemento sorpresa.
Uno de los seguidores que formaba parte del ejército de Mahoma, pero que también tenía una esposa y un hijo en la Meca intentó comunicarles la amenaza que se cernía sobre la ciudad sagrada. Todo se descubrió al procederse al registro de una mujer que llevaba una carta advirtiendo del ataque inminente. Las fuentes islámicas no coinciden en si llevaba la misiva oculta en el cabello o en la vagina [1], pero la noticia pudiera ser histórica. También es posible que lo sea la tradición que afirma que, llevado ante Mahoma y algunos de sus seguidores, obtuvo el perdón porque era un veterano de la batalla de Badr y además no había logrado su objetivo.
Por añadidura, tendría lugar un episodio que facilitaría el éxito de Mahoma. Había ordenado éste al atardecer que cada uno de sus hombres procediera a encender un fuego. Abu Sufyan, que seguía inquieto ante la posibilidad de un ataque y que había decidido explorar por si mismo las colinas cercanas, tuvo oportunidad de contemplar los fuegos y llegó a la conclusión de que una fuerza muy numerosa amenazaba la ciudad de la Meca. Sin embargo, no tuvo posibilidad de avisar a los coraishíes. Mientras llevaba a cabo su exploración, fue capturado por un musulmán que, mientras lo conducía a la tienda de Mahoma, le indicó que lo mejor que podían hacer los mecanos era rendirse. Mahoma no estaba dispuesto a dejar escapar una presa de tan enorme importancia y que, por añadidura, había sido uno de sus peores enemigos en los años anteriores. Consciente de la tesitura en que se hallaba, Abu Sufyan reconoció que no había más dios que Allah y que Mahoma era su enviado.
La capitulación de Abu Sufyan encontró en Mahoma que le prometió que respetaría la vida de cualquiera de los coraishíes que buscara refugio en la casa de Abu Sufyan, y de los que depusieran sus armas y se encerraran en sus casas manteniéndolas cerradas. Las palabras de Mahoma sólo admitían una interpretación que se sustentaba en terribles precedentes. O los coraishíes capitulaban de manera incondicional o quedarían expuestos a sufrir la misma tragedia que las tribus judías vencidas por Mahoma.
A la mañana siguiente, al amanecer, Abu Sufyan, acompañado por al-Abbas, se encaminó hacia la Meca para comunicar la propuesta de Mahoma. En paralelo, las tropas de Mahoma se desplegaban en orden de combate precedidas por heraldos que anunciaban que estarían a salvo los que entregaran las armas o se refugiaran en la Kaaba o en la casa de Abu Sufyan. Difícilmente, se podía haber expresado con mayor claridad lo que podía ser la suerte de los que ofrecieran resistencia y Abu Sufyan se esforzó por convencer a sus paisanos de que ésta carecía de sentido. Fue así como Mahoma llegó hasta las puertas de la Meca.
CONTINUARÁ
[1] Véase al respecto, J. Vernet, Oc, p. 156.