- Al.lah ha confirmado, ciertamente, el sueño de Su mensajero: «Entraréis en la Mezquita Sagrada, si Al.lah quiere, en seguridad, con la cabeza afeitada y el pelo corto, sin temor». Él sabía lo que vosotros no sabíais. Además, ha dispuesto un éxito cercano.
Ciertamente, el nuevo matrimonio de Mahoma se celebró en Saraf, fuera de la Meca. Sin embargo, resultaba cada vez más obvio que controlaba crecientemente la situación. Según la tradición, dos mecanos importantes – Jalid b. al-Walid, sobrino de Maymuna, la última esposa de Mahoma, y Amr b. al-As – se reunieron con Mahoma y le anunciaron que abrazaban su predicación. Jalid b. al-Walid, especialmente, resultaría de especial relevancia para la expansión del Islam hasta el extremo de que Mahoma llegaría a denominarlo “espada de las espadas del Islam”. Sería, de hecho, Jalid b. al-Walid el que lograría evitar un desastre militar de las fuerzas de Mahoma enfrentadas a tropas bizantinas en Muta, al sur del mar Muerto. La tradición ha hablado de que los seguidores de Mahoma eran sólo tres mil frente a cien mil bizantinos, pero semejantes cifras resultan difíciles de creer. Todo hace pensar en un choque secundario que dejó de manifiesto hasta qué punto la entidad política creada por Mahoma no contaba aún con la fuerza suficiente como para enfrentarse a Bizancio aunque sí con la necesaria como para ir imponiéndose sobre otros árabes.
En esa época también, abrazaron la predicación de Mahoma porciones de los Banu Amir, Juzaa, Aslam o los Sulaym y Mahoma siguió dando claras manifestaciones de su habilidad diplomática. Por ejemplo, en el curso de una campaña, Amr b. al-As experimentó una polución nocturna y, a la mañana siguiente, en lugar de lavarse por completo, sólo lo hizo con sus partes pudendas. Cuando Mahoma, enterado del hecho, lo llamó y le pidió explicaciones, Amr b. al-As le respondió que, de haberse bañado por completo, se hubiera quedado helado y como afirmaba él en su predicación:
- ¡Creyentes! No os apropiéis los unos de los bienes de los otros con la falsedad, sino mediante transacciones de común acuerdo. No os matéis a vosotros mismos. Al.lah es misericordioso con vosotros.
(4: 33/29)
Al escuchar aquellas palabras, según la tradición, Mahoma se limitó a echarse a reír y el tema quedó zanjado.
Sin duda, no le faltaban a Mahoma razones para sentirse satisfecho. Su visita a la Meca había dejado de manifiesto hasta qué punto su posición era fuerte y debilitada la de los coraishíes. El momento de entrar definitivamente en la ciudad había llegado.
CONTINUARÁ
[1] Véase: J. Akhter, Oc, p. 101 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 241 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 57 ss; J. Glubb, Oc, pp. 301 ss; M. Lings, Oc, pp. 331 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 181 ss; J. Vernet, Oc, pp. 152 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 172 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 403 ss.
[2] No todos los comentaristas musulmanes ubican esta sura en el mismo momento cronológico. La edición del rey Fahd, la situan tras el acuerdo de Hudaybiya como una respuesta frente a las dudas de los hipócritas.