Martes, 16 de Abril de 2024

Los libros proféticos (II): Profetas mayores y menores. Oseas, un profeta nada menor

Viernes, 9 de Octubre de 2015
Acercarse a los profetas no es fácil partiendo de la manera en que aparecen colocados en nuestras biblias. En las judías, se consideran como profetas primeros lo que nosotros denominamos libros históricos y hay una cierta lógica en ello porque en esos textos ya aparecen profetas tanto si escribieron como si no.

En los profetas posteriores, las biblias judías incluyen a Isaías, Jeremías, Ezequiel – no a Daniel – y a los doce denominados Menores. En el caso de las biblias cristianas, aparecen, primero, los denominados mayores - Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel que en las biblias católicas incluye textos apócrifos no incluidos en el canon judío y dotados de lo que compasivamente podríamos llamar un exceso de imaginación – y, a continuación, los doce menores. Ambas clasificaciones son problemáticas porque dificultan ir siguiendo el desarrollo histórico y espiritual de Israel. Pidiendo disculpas por anticipado, en las siguientes semanas, iré analizando brevemente los profetas no según su orden de colocación en la Biblia sino según su orden cronológico lo que, desde mi punto de vista, permitirá entender mejor todo. En fin, ya lo comprobarán ustedes.

Precisamente por el criterio que he elegido el primer profeta que nos encontramos es uno de los denominados convencionalmente menores aunque dejo a su juicio que decidan si es tan menor como su denominación indica. Me refiero a Oseas. Cuando nació Oseas, Israel llevaba mucho tiempo dividido entre el reino norteño de Israel y el sureño de Judá. Oseas desarrolló su ministerio profético en Israel durante el reinado de Jeroboam II. En paralelo, tuvieron lugar los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías en Judá. Desde una perspectiva meramente humana, Jeroboam II fue un gran rey. Venció a los sirios – la Historia se repite o, al menos, lo parece – tomó Damasco y reestableció los límites originales de Israel. No sólo eso. Israel se convirtió en el reino más importante de esa zona del Mediterráneo e incluso experimentó un despegue económico de importancia basado en la exportación de productos agrícolas. La apariencia era excelente, pero Dios veía todo de una manera muy distinta y eso es precisamente lo que comunicó con sus acciones y sus palabras Oseas.

¿Cómo veía Dios al Israel de la época? Pues, por duro que sea, como a una mujer que engañara a su marido con el mayor de los descaros. Israel podía sentirse muy satisfecho, pero no pasaba de ser una ramera que había dado la espalda a Dios y se acostaba con todo aquel que se le ponía a tiro. Oseas iba a simbolizar esa terrible situación en su vida personal, un tema que – permítaseme la inmodestia de la autocita – relaté en mi novela Loruhama. Dios le dijo a Oseas que tomara una mujer que lo engañaría sin remisión, Gomer, y así lo hizo porque ese desdichado matrimonio sería un espejo de lo que sucedía entre Dios e Israel (1: 2-3). Incluso su hijo tendría un nombre simbólico que apuntaría al castigo que Dios desencadenaría sobre Israel si no se arrepentía (1: 4).

Las palabras son tan duras que no ha habido pocos que han tachado a los profetas de antisemitas. Las palabras pueden ser semejantes, pero la finalidad es distinta. El antisemita ataca a los judíos convencidos de que son odiosos y de que no hay más que ver su conducta para comprobarlo; el profeta señala también los pecados de Israel, no los justifica ni legitima, pero se duele de ellos y ansía su arrepentimiento y restauración. La diferencia no es pequeña. Por esto, tras un primer anuncio en que el adulterio espiritual de Israel queda simbolizado en el desdichado matrimonio de Oseas, se pronuncia un mensaje de restauración (c. 2). Es posible que Dios tenga que castigar a Israel por su pecado ya que ha sido ingrato con Dios (2: 8-9) y ha pensado que la religiosidad tiene importancia espiritual (2: 11 ss), pero lo que desea es atraerlo a una situación en la que pueda arrepentirse (2: 14) y abandone la creencia de que su seguridad está en el poder militar (2: 18).

Ni que decir tiene que Israel no escuchó la predicación de Oseas y se apartó todavía más de Dios, pero Dios siguió amándolo. De hecho, algo muy similar le pasó al profeta cuya esposa fue cayendo y cayendo hasta el punto de acabar convertida en una esclava. Oseas fue a rescatarla porque la amaba – “mujer amada de su compañero, aunque adúltera” – y así mostró lo que había en el corazón de Dios hacia Israel (c. 3).

Porque lo terrible es que Israel se creía sabio, próspero e incluso espiritual. ¡Grave error! En realidad, Israel había perecido porque carecía del conocimiento real de Dios contenido en las Escrituras ((4: 6 y 14). Esa falta de conocimiento no podía ser sustituido por las ceremonias religiosas o por la obediencia a una jerarquía sacerdotal y, precisamente por transitar ese camino, Israel había caído. No sólo eso. El clero tenía una inmensa parte de responsabilidad en esa situación (4: 7-9).

¿Cuáles eran los síntomas del adulterio espiritual de Israel digno del castigo de Dios? Oseas señala que el culto a las imágenes (4: 12), la promiscuidad sexual (4: 14) y la religiosidad exenta de conocimiento de Dios (6: 4 ss). Para Oseas, era repugnante que la gente se inclinara ante una imagen de madera incluso si la imagen respondía (4: 12); era indigno que se criticara a las esposas e hijas entregadas al desenfreno sexual cuando los padres y maridos hacían lo mismo (4: 14) y resultaban intolerables sus fiestas religiosas por mucho que a ellos pudieran agradarles. Dios afirma: “misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” (6: 6).

Por supuesto, habrá gente que piense que todo eso no pasa de ser cuestiones personales. ¡Grave error de nuevo! Un pueblo que se inclina ante imágenes, que se deja llevar por sus impulsos sexuales y que cree que determinadas prácticas religiosas acercan a Dios está corrompido por dentro y los síntomas de su corrupción acabarán apareciendo. En esa sociedad, la corrupción acabará rodeando al rey y a los hijos del rey (Oseas 7: 3); los jueces honrados serán devorados (7: 7) y se aprenderá de otros pueblos sólo para lo malo (7: 8). El resultado será que esa sociedad será como una torta que no acaba de cocerse (7: 8). Quizá tenga todos los ingredientes para ser atractiva y apetitosa, pero, a fin de cuentas, resultará algo tan insoportable que nadie deseará comerla (7: 8). Al final, incluso los extranjeros devorarán la riqueza de la nación sin que nadie se entere (7: 9). Sobre un pueblo así – soberbio, autosuficiente, religioso, pero no espiritual, carente de moral sexual, corrompido políticamente desde el rey hasta abajo, sin jueces independientes y con clérigos que buscan su beneficio y no enseñar lo que Dios pide – tarde o temprano caerá el juicio de Dios (7: 13-15). A fin de cuentas, Israel, a pesar de insistir en su religiosidad, desechó el bien, ¿por qué debería sorprenderle que sobre él cayera el mal? (8: 2-3). No, no puede extrañar porque incurrieron en dos terribles abominaciones: cuando se buscaron gobernantes nunca pensaron en Dios y para colmo se entregaron al culto a las imágenes (8: 4).

Sin embargo, Oseas no es pesimista. Aún hay tiempo para volverse a Dios si se desea hacerlo (10: 9-13). Pero si no produce ese cambio, el juicio acabará cayendo y de él no librará a Israel el hecho de estar aliado con las grandes potencias de la época como Asiria o Egipto (11: 1-4) o el de fabricar imágenes destinadas al culto e inclinarse hacia ellas (13: 1-3).

 

El último capítulo de Oseas es un llamamiento postrero a la conversión. Si Israel se vuelve a Dios (14: 1), si rechaza el mal que practica (14: 2), si no confía en las alianzas internacionales ni en el culto a las imágenes para su bien (14: 3)… entonces Dios lo sanará y lo amará no por los méritos de Israel sino por pura gracia (14: 4). Sólo entonces Israel podrá ser restaurado y prosperado (14: 5 ss) cuando abandone el culto a las imágenes (14: 8).

¿Respondería Israel al llamamiento de Dios formulado por el profeta Oseas? El propio Oseas no lo dice. Seguramente, tampoco lo sabía. Pero concluye su libro con una pregunta y es la de si en aquella sociedad de Israel alguien llegaría a captar su predicación porque la realidad es que los caminos de Dios son siempre los mismos, pero mientras algunos caminan por ellos, los que se empeñan en no hacerlo caen de bruces en ellos (14: 9).

Lectura recomendada:

 

Seguramente, éste es el primer contacto de muchos con un libro profético. Léalo entero – son pocas páginas - y luego reflexione sobre lo que le dice a la hora de contemplar la situación en Oriente Medio, en su país, en su vida. Después pregúntese: ¿ha merecido la pena leer a este pobre cornudo que vivió hace casi tres mil años, pero que también fue un profeta nada menor de Dios?

 

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