1. El profeta es un hombre (o mujer) de Dios. No es alguien que se gradúa como el doctor en teología o que estudia como el rabino o que reflexiona sobre el mundo que lo rodea como el sabio o que es ungido para una función cúltica como el sacerdote. De todo aquello había en el Antiguo Israel, pero se trataba de figuras diferentes del profeta. Este era llamado por Dios para su misión y, no pocas veces, lejos de vivir ese llamamiento como algo grato, descubre no pocas veces que es una misión dura. Jonás (Jonás 1) intentó huir de la misión que le encomendaba Dios e Isaías (c. 6) no se vio capaz para desempeñar esa función a pesar de que es el más importante de entre los profetas escritos.
2. El profeta sólo rinde culto a Dios. Monoteísta estricto, el profeta rechaza de plano el culto a las imágenes del que se burla en textos rezumantes de sarcasmo (Isaías 44). Sólo existe un Dios y sólo se puede rendir culto a ese Dios único.
3. El profeta ve el mundo como Dios lo ve. A diferencia de los seres humanos que, por regla general, contemplan la sociedad en la que viven con los ojos de la carne. El profeta ve el mundo en el que está inmerso como Dios lo ve. La gente puede pensar que se encuentra cerca de la paz, pero el profeta sabe que la situación es sólo la antesala del desastre (Jeremías 6: 14). El ser humano se fía de las instituciones religiosas en la convicción de que Dios las utilizará para proteger a la gente, pero el profeta anuncia que cuando se desobedece la Palabra de Dios incurriendo, por ejemplo, en la idolatría ni siquiera el templo de Jerusalén podrá proteger a nadie porque, realmente, Dios ha abandonado esos recintos (Ezequiel 8-10).
4. El profeta ve lo que va a suceder. El profeta no es un adivino ni un vidente. El profeta simplemente, al ver el mundo como lo ve Dios, se percata de lo que va a suceder. Los sacerdotes pueden insistir en dar seguridad a la gente y los políticos, en insistir en la sabiduría de sus actos, pero el profeta sabe que se trata de falsas seguridades (Jeremías 8: 11; Ezequiel 13: 10).
5. El profeta será perseguido. Puede entenderse que cuando el profeta se opone a los poderosos y les advierte no sólo de que su pompa es oropel sino además de que el juicio de Dios acabará siendo irreversible no gana nunca popularidad. Por el contrario, en no pocas ocasiones se convierte en un objetivo de los que aborrecen su testimonio y se insiste en que abandone su tierra para que así no pueda difundir su mensaje (Amós 7: 10-17).
6. El profeta es íntegro. Aunque las dificultades no serán escasas en la vida del profeta, aunque las autoridades políticas y religiosas lo aborrecerán, nunca dejará de ser fiel a su misión. Ésta no viene de él. Es, por el contrario, la comunicación de lo que Dios le comunica (Jeremías 38: 6) y
7. El profeta es creativo. A pesar de sus puntos en común, los distintos profetas se expresan con un talento creativo bien distinto. Junto a maestros de oratoria como Amós, existieron poetas como Isaías o Miqueas, fustigadores de clero y corte como Jeremías o visionarios como Ezequiel. Todos ellos sobrecogen por su originalidad y su fidelidad a pesar de tener el mundo no pocas veces en contra.
Los profetas fueron seres extraordinarios, pero también molestos, agudos, incisivos, sin pelos en la lengua y, sobre todo, fieles a Dios por encima de cualquier otra consideración. En las próximas semanas, iremos viendo a esos profetas escritos uno por uno.
CONTINUARÁ