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Jueves, 21 de Noviembre de 2024

Los libros profeticos (XIV): Isaias (IX): El mensaje (VI): c. 56-66: la verdadera espiritualidad

Viernes, 12 de Febrero de 2016

En 1655, un erudito judío llamado Menasseh ben Israel solicitó entrevistarse con Oliver Cromwell, el dirigente puritano que había mandado a las fuerzas del parlamento y derribado al rey Carlos I.

El judío era sabedor de que la gente con un pensamiento espiritual puritano era, a diferencia de los católicos, muy cercana a los judíos y que, por ejemplo, en Holanda habían dado asilo a aquellos que habían sido expulsados de España y hasta entonces habían vagado por medio mundo en busca de refugio. La intención de Menasseh ben Israel era conseguir que sus compatriotas recibieran una invitación para asentarse en Inglaterra de una manera semejante. A fin de cuenta, los reformados holandeses habían concedido libertad plena a los judíos, ¿por qué no debían hacerlo los ingleses? Cromwell manifestó al judío que, por supuesto, veía con buenos ojos tal posibilidad, pero que pensaba que existía una patria histórica del pueblo judío – entonces bajo el control del imperio otomano - hacia la que debían volver sus ojos. Menasseh se quedó más que sorprendido al escuchar aquellas palabras, pero su pasmo aumentó cuando Cromwell lo condujo hacia una Biblia que estaba en la habitación y le mostró el pasaje del capítulo 60 de Isaías donde se dice que los judíos serían llevados a su tierra en brazos de los gentiles. Cromwell era un convencido protestante que creía en lo que dice la Palabra de Dios y, por lo tanto, esperaba que, un día, los gentiles llevarían hasta su tierra a los judíos. Lo que no podía saber es que eso acabaría sucediendo unos tres siglos después y que la organización internacional mayor de la Historia – la ONU – sería la encargada de poner su sello legal a la situación. La Palabra de Dios encierra multitud de ejemplos semejantes anunciando lo que nos va a deparar el porvenir.

La última porción del libro de Isaías es un hermoso llamamiento a volverse a Dios para obtener restauración. Aclarémoslo. No se trata de una manifiesto nacionalista. Todo lo contrario. Isaías comienza diciendo que Dios no excluirá de Su pueblo ni a los extranjeros no-judíos ni a los eunucos (56: 1-8). De hecho, en Su pueblo estarán judíos restaurados y a otros diferentes. Por supuesto, antes de que suceda semejante hecho – escandaloso para muchos judíos - habrá tiempos difíciles, tan difíciles que, en algunos casos, se pensará que aquellos justos que han muerto simplemente han sido llevados por el Señor para evitar que contemplen horrores (57: 1-2) y, por supuesto, también nos será dado contemplar aquellos que, aunque religiosos, incurren en abominaciones como el culto a las imágenes (57: 3-13).

En situaciones como ésa, los profetas mostrarán que la verdadera espiritualidad no está en las ceremonias, los ritos o las prácticas religiosas que, en realidad, para nada sirven sino en una vida digna de la conversión (58: 1-12).

El primer paso para recibir las bendiciones de Dios pasa por reconocer que el pecado es pecado y por no buscar justificaciones o legitimaciones para el mismo (c. 59). Cuando se cae en el error de pensar que la religiosidad puede compensar la falta de obediencia a Dios se abren unas sendas en las que nunca se puede encontrar la paz (59: 8) y esperando luz lo que vienen son las tinieblas y ansiado claridad, se camina en medio de la oscuridad (59: 9).

Esa situación, una constante en la Historia del ser humano, sólo tiene una posibilidad de redención y es la de acudir a aquel al que Dios ungirá – es decir, designará como mesías – y cuya misión sería proclamar la Buena noticia – el término que en griego se denominó Evangelio – para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la liberación de los cautivos y la libertad a los presos y para proclamar el año del jubileo del Señor, para consolar a los afligidos y cambiar la ceniza en gloria, el luto en canto y la aflicción en manto de alegría (61: 1-3). Ese es aquel al que sólo pueden reconocer los que previamente se han dado cuenta de que lo que muchos consideran obras de justicia son algo tan inmundo como los paños utilizados por las mujeres durante su menstruación (64: 5). Suena muy duro – incluso desagradable – pero el profeta está afirmando que el ser humano puede pensar que es justo, pero que lo que considera que lo define como tal no tiene más pureza que un tampax usado. No, la salvación nunca puede ser por nuestras obras no sólo imperfectas sino muchas veces retorcidas. La salvación es un acto de pura gracia, de bondad inmerecida de Dios, que se manifiesta en su mesías venido a restaurar y que únicamente podemos aceptar o rechazar, pero jamás comprar, merecer o adquirir. Así quedará de manifiesto cuando ejecute su juicio al final de la Historia (compárese la descripción del capítulo 63 con la de Apocalipsis 19: 11 ss), un juicio que será universal y que abarcará a todas las naciones y que concluirá con la restauración de unos y con la perdición de otros (66: 18 ss).

Isaías, a lo largo de sesenta y seis capítulos, con una demostración extraordinaria de genio literario, al fin y a la postre, ha repetido el mensaje nuclear de todos los profetas: 1. Dios es único y Señor; 2. Pedirá cuentas en juicio a todos los seres humanos sin importarle si son de una nación, una raza o una religión u otra; 3. Esa religión, esa nación, esa raza no salvarán a ningún ser humano; 4. La salvación es pura gracia inmerecida de Dios ejecutada a través de Su mesías; 5. Al final de los tiempos, ese mesías – al que Isaías insiste en presentar con el Ebed YHVH, el siervo sufriente de Dios – restaurará cósmicamente no sólo a Israel sino a todos los pueblos; 6. Entonces el destino eterno de todos quedará establecido de manera irremisible y 7. Por lo tanto, es ahora cuando hay que dar el paso de la conversión. Mañana quizá será ya tarde.

Ese mensaje fue también el de Jesús y el de sus primeros seguidores. Sigue teniendo a día de hoy la misma relevancia que entonces. Es el de la verdadera espiritualidad porque otras formas no son genuinas e incluso pueden ser abominación ante los ojos de Dios. Pero ahora debemos pasar a otro profeta.

 

Lectura recomendada:

c. 58, 59, 64.

 

CONTINUARÁ

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