Justo después de las controversias a las que fue arrojado Jesús, Lucas relata dos episodios unidos entre si donde se ve el claro enfrentamiento entre dos autoridades o más bien dos formas de autoridad. Jesús había terminado de responder a sus adversarios y planteó una cuestión directa sobre quién era realmente el mesías y, por lo tanto, sobre quién era él. ¿Realmente el mesías era sólo el hijo de David, el descendiente de un rey humano, incluso demasiado humano? (20, 41). Si es así, ¿por qué en el Salmo 110: 1, el propio David lo llama su Señor? Para David, ¿el mesías era su hijo o era alguien más? La respuesta era obvia. El mesías era algo – o alguien – que iba mucho más allá de un simple descendiente de David. Y así quedaba de manifiesto al ver que el propio David lo declaraba su Señor. Ahora bien, si el mesías era el Señor de David… ¿cuál era su autoridad? ¿La suficiente para limpiar el templo, por ejemplo? ¿La bastante para responder a los que intentaban atraparlo en un error? Pues bien, frente a esa autoridad, que entraba en lo divino y trascendía lo humano, se alzaba la de los dirigentes espirituales judíos de la época. ¿Quiénes eran éstos? Gente a la que le encantaba llamar la atención y presentar apariencias de importancia, gente que ansiaba contar los mejores y más relevantes puestos (20: 46). Gente también que siempre podía inventar algún argumento o una conducta para desvalijar incluso a las personas más desprotegidas y vulnerables como las pobres viudas (20: 47). Gente que, al fin a la postre, recibiría mayor condenación (20: 47). A decir verdad, cuesta trabajo no ver dos formas de autoridad claramente enfrentadas. A un lado, la autoridad que, como la de Jesús, nace directamente de las Escrituras. Puede resultar chocante, obliga a reflexionar, empuja a pensar e intentar resolver afirmaciones que parecen paradójicas, pero viene de Dios y no del hombre. Al otro lado, se encuentra esa autoridad fácil de identificar porque gusta de ropajes específicos – literalmente – porque le encantan las apariencias, porque sabe imponer una jerarquía de puestos y lugares, porque exprime el dinero incluso de las pobres gentes, porque construye todo un sistema lucrativo y vano basado en la religión. Esa autoridad es seguida por muchos hombres que incluso consideran que, verdaderamente, procede de Dios, pero la realidad es que los que la ostentan recibirán una condenación especialmente severa. Jesús pronunció estas palabras hace casi dos milenios y siguen presentando una marca de autoridad y verismo que parecen nacer del mismo día de hoy. Con seguridad es así porque proceden del mesías que, verdaderamente, tiene autoridad.
CONTINUARÁ