Jesús deseaba que sus discípulos lo acompañaran en aquellos momentos (22: 39), pero, de manera bien significativa, Lucas no señala - como otros evangelios - que apartó a Pedro, Santiago y Juan, sus tres discípulos más cercanos. Es posible que Lucas quisiera dar a entender que cualquiera de los doce se habría dormido y hubiera sido de tan poca ayuda como esos tres. Jesús les dijo que oraran para no entrar en tentación (22: 40). No sucedió así. De entrada, estaban cargados de sueño – la noche era ya avanzada y la cena de Pascua exigía el consumo de, al menos, cuatro copas rituales de vino – y se quedaron dormidos dejando a Jesús totalmente solo en las horas más amargas que había vivido hasta entonces.
Jesús se apartó y, arrodillado, oró suplicando que si era la voluntad de Dios no tuviera que pasar por la muerte aunque sometiéndose a lo que deseara el Padre (22: 41-42). Pésimas teologías recientes enseñan a un dios canijo, especie de abuelito tontorrón y consentidor, al que se puede obligar a hacer lo que deseemos si sólo conocemos la fórmula mágica adecuada. Nada puede haber más lejos de esa disparatada visión que estos momentos de la vida de Jesús. Hubiera deseado no pasar por el proceso, por la tortura, por la cruz, pero se sometía sin cuestionarla a la voluntad del Padre.
De manera específica, Lucas recoge dos datos que resultan claramente significativos. El primero es que un ángel consoló a Jesús. El término ángel significa sólo mensajero en griego y, por lo tanto, no podemos asegurar si se trató de un ángel en el sentido estricto del término o de alguien que acompañó a Jesús en aquel momento amargo. Si se trató de la segunda posibilidad, ignoramos totalmente de quién pudo ser el personaje que, a diferencia de sus discípulos más cercanos, se aproximó a confortar a Jesús.
Aún es más revelador que Lucas relata cómo Jesús estaba en un proceso agónico. La expresión no significa que Jesús estuviera en la agonía, es decir, muriéndose sino – literalmente – que pasaba por una lucha interna de dimensiones difíciles de imaginar. La tensión psicológica padecida por Jesús puede imaginarse partiendo de que Lucas, médico a fin de cuentas, relata que su sudor era como gruesas gotas de sangre que caían hasta tierra (22: 44). El pasaje ha sido arrancado de versiones modernas de la Biblia – razón de más para no usarlas ya que mutilan la Palabra de Dios – pero, sin duda, forma parte del original. No sólo eso. Lejos de tratarse de una circunstancia ficticia apunta a un fenómeno conocido como hematidrosis y que consiste en que una extrema situación de ansiedad, miedo o stress hace que los vasos capilares que llevan la sangre a las glándulas del sudor estallen. Sin duda, la presión psicológica - sufrida por un Jesús que habría deseado no tener que pasar aquella prueba, pero que, de todas formas, se sometió a la voluntad del Padre - debió ser auténticamente extraordinaria como para que se produjera esta especial condición médica.
No sólo él estaba pasando por una tensión no habitual. Sus discípulos se habían quedado dormidos, pero, de nuevo, el médico Lucas nos muestra que no sólo se debió al vino o al cansancio sino también a la tristeza (22: 45). El pesar, las preocupaciones, el dolor suelen privar del sueño a los que lo padecen, pero no es raro que, en ocasiones, y como mecanismo de defensa, lo induzcan. Aquellos infelices no sabían a ciencia cierta lo que iba a suceder, pero habían visto el anuncio de una traición en su seno y a Jesús señalando que Pedro lo negaría. Incluso les había recordado que nunca les había faltado de nada para luego advertirlos del peligro. Sin duda, algo les decía que las cosas no se iban a desarrollar como habían soñado. Llegados a ese punto, su mente apesadumbrada les había proporcionado el misericordioso narcótico del sueño. Jesús los despertó indicándoles que no debían dormir sino que tendrían que orar – como él – para poder afrontar la tentación (22: 46). La gran prueba había llegado y estaba a unos instantes de distancia.
CONTINUARÁ