La respuesta de Jesús no pudo ser más clara. Las peleas por el poder son propias de los políticos (22: 25). Llegan hasta el punto de cinismo de explotar a la gente y aprovecharse de ella y encima querer aparecer como bienhechores. El fenómeno, desde luego, no se limita a las dictaduras. Con todo, debería ser imposible entre los seguidores de Jesús porque su visión tiene que resultar distinta. El llamamiento de los discípulos no es para servirse de la gente sino para servir a la gente. Puede que la diferencia sea una preposición, pero, sin duda, no es pequeña. La razón de esa conducta se encuentra en el comportamiento del mismo Jesús que fue siervo (22: 27).
Hasta qué punto la enseñanza de Jesús es relevante y debió impresionar enormemente a los discípulos se desprende de la manera en que aparece recogida en los Evangelios. Si Mateo, vez tras vez, presenta a Jesús como el Siervo de YHVH retratado, por ejemplo, en Isaías 53, Marcos convierte esa enseñanza en el centro de su evangelio (Marcos 10: 45) y Juan llega al punto de suprimir el episodio del partimiento del pan en su relato y sustituirlo por el del lavatorio de los pies (Juan 13: 1 ss) lo que dice mucho de la teología de Juan y del despiste de la teología sacramental de muchos.
No, el camino de los verdaderos seguidores de Jesús no es el de ambicionar, ejercer y desplegar poder como lo haría un político de mayor o menor relevancia que además insiste en que todo lo hace por el bien de los demás. Por el contrario, el camino de los discípulos es seguir al Siervo de YHVH imitando su ejemplo. Se puede dar por seguro: si alguien ambiciona, ejerce o despliega poder no está siguiendo el ejemplo de Jesús aunque lo denominen benefactor. Como mínimo es un deplorable despistado, un triste ciego como aquellos apóstoles en la última cena.
CONTINUARÁ