A decir verdad, la última cena fue una cena de Pascua, eso es lo que Jesús pretendía celebrar y para eso envió a sus discípulos a aparejar un lugar (22: 7- 9). El hecho de que alguien tuviera que ser encontrado por los discípulos para que les mostrara el lugar de la celebración muestra hasta qué punto había gente que seguía a Jesús más allá de los límites estrechos de Galilea e incluso en la ciudad de Jerusalén (22: 10). Según el relato, en el lugar que les mostrara, Jesús y sus discípulos celebrarían la fiesta de la Pascua (22: 11). Los discípulos de Jesús hicieron lo que éste les había ordenado y así prepararon la Pascua (22: 12). El mismo Jesús señalaría al sentarse en la mesa que había deseado mucho celebrar la Pascua con ellos (22: 16). De esa manera, Jesús tomó la primera de las cuatro copas rituales de la cena de Pascua, dio gracias, la pasó a los discípulos para que la compartieran y anunció que no bebería ya del “fruto de la vid” hasta que el Reino de Dios se manifestara totalmente (22: 17-18). La cena de Pascua incluía participar de un pan semejante al compartido por el pueblo de Israel en la noche de la primera Pascua. Jesús tomó ese pan y le dio un nuevo significado. Ese pan que recordaba el sacrificio del cordero era el cuerpo que se daría por ellos. Se trataba de algo que debían hacer en memoria suya (22: 19). Al acabar la cena, Jesús tomó de nuevo la copa ritual – la cuarta – y le dio un nuevo significado. Aquella copa era un claro símbolo del nuevo pacto que se sustentaba en su sangre que por ellos era derramada (22: 20). Para cualquiera que conociera lo que significaba la Pascua las palabras de Jesús estaban llenas de significado. El sacrificado ya no era el cordero cuya sangre había permitido a los israelitas no ser tocados por el ángel de Dios cuando se desencadenó la última plaga de Egipto. El sacrificado era Jesús y sobre su sangre - que se iba a derramar - Dios sellaba un nuevo pacto con Su pueblo, el nuevo pacto al que se había referido el profeta Jeremías (Jeremías 31: 27-40). De hecho, Jesús iba a ser entregado y pobre del que lo había entregado (22: 21-22). Lo que sucedió, pues, aquella noche fue una cena de Pascua, pero una cena de Pascua que adquirió un sentido más profundo. De la misma manera que el cordero había sido sacrificado, Jesús sería sacrificado una sola vez – como señala la carta a los Hebreos – y no repetidas veces. De la misma manera que la muerte del cordero inocente sacrificado por Israel fue el inicio de un nuevo pacto, la sangre derramada de Jesús sería la base de un Nuevo pacto superior. De la misma manera que los judíos, siglos después, seguían recordando el sacrificio del cordero, el pacto con Israel y la liberación de Egipto, los seguidores de Jesús deberían recordar aquella noche en que se selló el nuevo pacto, un pacto basado en el sacrificio del mesías. Siglos después, Erasmo se burlaría con toda la razón del mundo del dogma de la transubstanciación – dogma del siglo XIII, dicho sea de paso – afirmando que los apóstoles se hubieran quedado estupefactos de escucharlo dado que no lo hubieran podido comprender ya que no pasaba de ser filosofía aristotélica sin relación alguna con la enseñanza de Jesús. Tenía toda la razón. La última cena fue una cena de Pascua a la que Jesús le dio un nuevo significado, pero un significado que arrancaba de las propias escrituras judías. Ir más allá no pasa de especulación disparatada y de absorción de visiones paganas.
CONTINUARÁ