Fue justo al llegar a ese punto de su relato, cuando el viajero dejó de adoptar una posición pasiva y los reprendió directamente acusándolos de tener muy poco en la mollera y de ser lentos para captar lo que había sucedido de acuerdo con el anuncio de los profetas (24: 25). ¿Acaso no se habían dado cuenta de que resultaba indispensable que el mesías sufriera todo aquello y así entrara en su gloria? (24: 26). Lo que relata a continuación Lucas resulta de una relevancia extraordinaria porque señala cómo el viajero apeló a la Biblia para demostrar que el mesías debía sufrir (24: 27). No se refirió a una autoridad espiritual humana ni mencionó los milagros de Jesús ni mucho menos lo que hubieran podido decir los apóstoles o los precedentes rabínicos. No. Apuntó a la Biblia como única autoridad fiable. Así, comenzó por Moisés y siguiendo por los profetas les mostró cómo todo aquello estaba profetizado. Por supuesto, sólo podemos especular con los pasajes que citó, pero es muy posible que comenzara con la promesa contenida en Génesis 3: 15 de que la descendencia de la mujer – no la mujer como pretende la iconografía y la doctrina de la iglesia católica – aplastaría la cabeza del Diablo. Seguiría posiblemente con la descripción de la ejecución del mesías al que taladrarían las manos y los pies (Salmo 22: 16). Continuaría con las profecías que hablaban de cómo sus hermanos, los hijos de su madre no habían creído en él (Salmo 69: 8) y cómo le consumiría el celo por la casa de Dios (Salmo 69: 9) y cómo le darían a beber vinagre (Salmo 69: 21). Más que posiblemente les citó del capítulo 53 de Isaías donde se describe de manera meridianamente clara la pasión del mesías siervo con multitud de detalles que se cumplieron en la pasión, muerte y sepultura de Jesús, pero donde también señala que una vez que el mesías siervo hubiera dado su vida en expiación por el pecado volvería a ver la vida (Isaías 53: 10).
Sumidos en esta conversación, los tres llegaron a la aldea hacia la que se dirigían y el viajero hizo ademán de proseguir su camino (24: 28). Sin embargo, aquellos dos discípulos estaban atrapados por lo que le habían escuchado y, alegando que se hacía tarde y que lo sorprendería la noche por el camino, le pidieron que se quedara (24: 29). El viajero lo aceptó y entró a su casa.
Lo que sucedió entonces resultó totalmente inesperado. Sentados a la mesa, aquel hombre echó mano del pan, dio gracias por él, lo partió y les dio (24: 30) y entonces, como si les hubieran quitado un velo de encima de los ojos, lo reconocieron (24: 31). ¡¡¡Aquel hombre que los había acompañado, que había charlado con ellos, que les había mostrado cómo la muerte terrible de Jesús era el cumplimiento de las Escrituras… era Jesús!!! ¡¡¡Había resucitado!!! ¡¡¡Lo que habían dicho las mujeres era cierto!!! Con seguridad, intentaron ahora abalanzarse sobre él y lanzarle un mar de preguntas, pero, justo en ese momento, Jesús desapareció de su vista (24: 31).
De repente, todas las piezas encajaron. ¿Podía ser de otra manera cuando los corazones les habían ardido por el camino mientras lo habían escuchado por el camino citar de las Escrituras que hablaban de los sufrimientos del mesías? ¿Podía haber sucedido algo diferente cuando era obvio que Jesús no era un fracaso sino que en él se había cumplido lo anunciado por la Biblia?
La reacción inmediata – y es comprensible – de aquellos dos discípulos fue desandar los once kilómetros recorridos desde Jerusalén. No importaba que se les hiciera de noche ni el cansancio acumulado por el camino ni la distancia. Tenían que compartir todo con los once (24: 33). A diferencia de las mujeres, los dos discípulos del camino de Emaús no se encontraron con un muro de incredulidad sino con la confirmación de lo que habían experimentado. Sí, los once estaban al corriente de todo y creían que aquella resurrección había tenido lugar en verdad porque Jesús se había aparecido a Simón (34: 34). Los dos discípulos insistieron entonces en que lo habían reconocido al ver cómo partía el pan (34: 35). Sin embargo, en esos momentos en que el domingo daba paso al lunes – recordemos que el día acababa y comenzaba con la puesta del sol – iba a suceder algo que nunca olvidarían…
CONTINUARÁ