El mesías, ciertamente, podía rechazar las tentaciones social y política, pero ¿qué tal si se mantenía en los límites estrictos de la religión? ¿Qué tal si aparecía en el centro de la vida religiosa, el mismo templo de Jerusalén, y allí realizaba un acto espectacular que, en apariencia, contara con un apoyo directo en la Biblia? ¿No era eso lo que, a fin de cuentas, debía esperarse del mesías?
A lo largo de la Historia, no han faltado ejemplos de personajes que han recurrido al espectáculo religioso para obtener un dominio espiritual. En ocasiones, han disfrutado de un éxito notable porque actuaban de manera espectacular e incluso se permitían intentar apoyar su conducta en las Escrituras. Cuando se piensa, por ejemplo, en ciertos dignatarios religiosos salta a la vista que no siguen el ejemplo de Jesús en cuanto a integridad y sencillez sino que, por el contrario, han conseguido dotar de la suficiente pompa su cometido. A decir verdad, todo es pompa. En la secuencia final de Hermano sol, hermana luna – una versión muy idealizada y hippy de Francisco de Asís – el papa Inocencio se acercaba a Francisco conmovido por su simplicidad. Sin embargo, cuando intentaba abrazarlo, era obvio cómo los cardenales conseguían apartarlo mientras uno decía: “el papa es muy hábil porque este Francisco mantendrá a los pobres con nosotros”. La realidad es que el pobre Francisco no consiguió ni mantener con él la orden que había fundado, pero, sí es indiscutible que la pompa, la majestuosidad, la sensación de poder religioso es lo que caracterizaba entonces y ahora al papado. La institución hace siglos que aceptó la tentación de Satanás y no ha mejorado con el paso del tiempo.
Sin embargo, esa tentación estaba impregnada de lo diabólico y Jesús lo supo captar a la perfección. Tentar a Dios para obligarlo a hacer lo que deseamos y justificar esa conducta con argumentos religiosos aparentemente extraídos de la Biblia constituye un horrible pecado (Deuteronomio 6, 16). Jesús no sería jamás ese tipo de mesías. Nunca utilizaría la religión de manera espectacular para dominar a las masas y servirse de ellas. Ciertamente, ¡ay de aquellos que han convertido seguir a Jesús en un espectáculo centrado en un hombre!
No puede caber la menor duda de que esas tres tentaciones “mesiánicas” se han repetido vez tras vez a lo largo de la Historia – incluso siguen presentes entre nosotros a día de hoy – y, desde luego, no son pocos los que han caído en ellas guiados incluso por las mejores intenciones. Sin embargo, Jesús vio detrás de cada una de las mismas la acción del mismo Satanás y llegó a esa conclusión partiendo del conocimiento que tenía de las Escrituras, un conocimiento esencial para poder rechazarlas. Porque, verdaderamente, era el mesías, el Hijo de Dios, no podía ceder a ninguna de esas tentaciones que reducían su misión al activismo social, a la espectacularidad religiosa o al poder político. Difícilmente, podía resultar el mensaje de Jesús más actual.
Frente a esas tres opciones, el mensaje de Jesús, como mesías, como el Hijo de Dios, sería semejante al que había proclamado durante cerca de medio año Juan el Bautista (Marcos 1, 14-15). Se trataba de un mensaje de Evangelio, es decir, de Buenas noticias que es lo que la palabra significa en griego. Éste consistía esencialmente en anunciar que había llegado la hora de la teshuvah, de la conversión. Ya se había producido el momento en que todos debían volverse hacia Dios y la razón era verdaderamente imperiosa: Su Reino estaba cerca. De momento, Satanás se apartó de Jesús, pero no se dio por derrotado. Simplemente, estaba a la espera de un momento propicio.
CONTINUARÁ