Jesús no iba a entrar como el mesías nacionalista, militar, guerrero que ansiaba la mayoría de sus compatriotas sino como el mesías pacífico profetizado por Zacarías 9: 9. Si se examina ese texto puede comprobarse que se trata de una profecía bien reveladora porque señala no sólo que el mesías entraría como un siervo en Jerusalén sino que además se negaría a utilizar la violencia, hablaría paz a las naciones (Zacarías 9: 10) y salvaría, pero mediante la sangre del pacto (Zacarías 9: 11). Ciertamente, Jesús era el mesías, pero JAMÁS el mesías sionista. Por el contrario, repudiaría el uso de las armas, hablaría paz a todos y no sólo a los judíos y salvaría mediante la sangre del pacto y no a través de una acción militar. Porque era el mesías, Jesús se negó a reprender a los que lo aclamaban como tal para desagrado de algunos fariseos que consideraban aquel clamor intolerable (19: 37-39).
Su mesianidad resultaba tan clara que si aquellas gentes hubieran permanecido mudas, las mismas piedras la habrían gritado a los cuatro vientos (19: 40). Pero Jesús no se engañaba ni lejanamente sobre lo que tenía delante. Cuando estuvo cerca de la ciudad, rompió a llorar (19: 41) y lo hizo porque sabía lo que le esperaba a aquel sistema religioso y al pueblo judío. Habría sido más que deseable que, por su paz propia, se hubieran vuelto al mesías enviado por Dios (19: 42), pero no sería así y las consecuencias resultarían pavorosas. Llegaría un día en que Jerusalén sería sometida a cerco (19: 43) y no sólo no podría derrotar a sus enemigos sino que éstos no dejarían piedra sobre piedra. Por supuesto, los hechos podrían explicarse apelando a circunstancias económicas o sociales, pero la realidad es que se deberían fundamentalmente a una circunstancia espiritual: el rechazo del mesías (19: 44). La desgracia que tendría un punto culminante en la destrucción de Jerusalén y de su templo en el año 70 d. de C., sería una consecuencia directa de no haber aceptado al mesías que la visitaba.
No deja de ser significativo – lo veremos más adelante – que el historiador judío Flavio Josefo también atribuiría décadas después ese desastre nacional a la inmensa maldad de aquella generación de judíos. La verdad es que no resulta muy llamativa la identidad de juicio de gentes tan distintas como Jesús y sus seguidores y Flavio Josefo. Aquella generación de judíos se dejó llevar por gente empeñada en colocar su voluntad – y sus prejuicios - por encima de la de Dios. Eran, ciertamente, fanáticos religiosos, pero no por ello tenían a Dios de su parte y así quedó de manifiesto de la manera más trágica. La triste realidad es que se habían construido un proyecto nacional que era diametralmente opuesto al de Dios. Frente al mesías humilde y pacífico que también llamaba a los no-judíos, ellos se empeñaron en creer en otro, completamente nacionalista, sionista, que sólo tendría espada para los gentiles. Frente al mesías siervo que daría su sangre para el Nuevo Pacto, defendían la idea de un mesías nacionalista, sionista más que dispuesto a derramar la sangre de los gentiles legitimando esa violencia con la idea de que eran enemigos de Israel. Pues bien, esa visión ciertamente traería sangre y violencia, pero, al fin y a la postre, recaería sobre los que la propugnaban.
CONTINUARÁ