Lo que Pedro experimentó ante Jesús no fue fruto de histeria religiosa, de acudir a un templo donde la gente es colocada a punto de ebullición mediante la manipulación o de dar rienda suelta a la superstición. Fue una reacción legítimamente espiritual a la que ya me referí, pero una cosa es decirlo y otra, sustentarlo. ¿Qué diferenciaba a Jesús de tantos dirigentes – o charlatanes - religiosos de mayor o menor éxito? Lucas responde con tres historias. En primer lugar, Jesús podía dominar la enfermedad (5: 12-14). Jesús pudo limpiar a un leproso y la curación era tan clara que pudo enviar al sanado a los sacerdotes para que no sólo diagnosticaran su completa curación sino que recibieran el testimonio. A decir verdad, el poder de Jesús sobre la enfermedad era tan obvio que a él acudían multitudes por eso mismo (5: 15) y la experiencia debía ser tan abrumadora que Jesús se veía obligado a retirarse a lugares ocultos y allí poder orar. No deja de ser significativo que los enemigos talmúdicos de Jesús – o el propio Josefo – jamás negaron el poder curativo de Jesús. Pudieron atribuirlo a la hechicería e incluso prohibir que se acudiera a los que curaban invocando su nombre, pero no lo negaron.
En segundo lugar, Jesús podía demostrar que era mucho más poderoso que la religión (5: 17-26). El judaísmo no había logrado que el pobre paralítico caminara. Si acaso había señalado que en sábado no podía hacerse ilusiones sobre ser curado. Sin embargo, Jesús dejó de manifiesto que estaba por encima de la religión convencional, que estaba por encima de la enfermedad y que estaba por encima del pecado que podía perdonar. No puede extrañar que se quedaran sobrecogidos por el asombro, que glorificaran a Dios y que también sintieran temor (5: 26).
Pero – y esto es bien significativo – lo que dejó de manifiesto más claramente el poder de Jesús no fue que limpiara a un leproso o que hiciera caminar a un paralítico sino que cambiara el corazón de un funcionario de Hacienda. Los publicanos eran gente despreciada por los judíos y no debería causarnos la menor sorpresa. Aparte de ser el instrumento del poder romano – o del judío local – para cobrar impuestos carecían de fibra moral alguna. Para ellos, lo importante era cumplir los objetivos de recaudación que les daban y cobrar los beneficios – bonus los llamaríamos hoy – por su actividad. Que prevaricaran, que no tuvieran la menor compasión, que vieran a otros seres humanos como simples presas era natural. Natural, pero terrible. De hecho, la gente los identificaba con las prostitutas lo que resulta significativo. Que alguien así pudiera cambiar era verdaderamente milagroso, pero eso fue precisamente lo que sucedió con Jesús. Cuando llamó a Leví a ser no un recaudador honrado sino a dejar todo y seguirlo, Leví – el Mateo, autor del primer evangelio – se levantó y lo siguió dejándolo todo (5: 28). Naturalmente, Leví no pudo ocultar su alegría tras una experiencia de semejante envergadura. Todo lo contrario. Se apresuró a convocar a sus amigos a una fiesta para celebrar no que seguía igual pero yendo a la sinagoga los sábados sino que dejaba todo. Juntarse con gente así no era lo que esperarían las personas religiosas (5: 30) y, sin embargo, ese era el centro de la misión de Jesús: curar a los enfermos espirituales y llamar a la conversión a los pecadores (5: 31-32). Si bien se piensa en ello, tiene una enorme lógica. Las sulfamidas curan desde hace décadas a los leprosos; lo tienen más difícil con una parálisis, pero no cabe duda de que la lucha contra la enfermedad ha progresado extraordinariamente en el último siglo. Sin embargo, Jesús está muy por encima de eso. Jesús puede llevar a cambiar de corazón incluso a alguien tan encallecido, tan encanallado, tan podrido moralmente como un recaudador de impuestos. Y es que el mesías puede actuar sobre el corazón humano, sobre la situación de perdición, sobre la enfermedad espiritual. Esa circunstancia – más que una curación – deja de manifiesto cuál es la realidad de Jesús el mesías y porque provoca en los corazones humanos cambios impensables, cambios sólo posibles para aquellos que reconocen que son enfermos y pecadores.
CONTINUARÁ