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Martes, 19 de Noviembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XXIV): La misión de los doce (9: 1-17)

Domingo, 5 de Julio de 2020

La sección siguiente de Lucas encaja de manera totalmente lógica en la que hemos ido desgranando en las entregas anteriores.   Precisamente porque Jesús puede dominar la Naturaleza, las fuerzas demoníacas, la enfermedad y la muerte también tiene la autoridad para reunir un grupo de doce discípulos más cercanos – el mismo número que las tribus de Israel – para dar inicio a una realidad espiritual que se enraíza con la que era actual en la época de Jesús, que cumple las profecías y que se proyecta hacia el futuro.  El cometido de los apóstoles resulta enormemente revelador especialmente si se tiene en cuenta que hay cuerpos eclesiales que pretenden ser sucesores en línea directa de esos apóstoles o gente que se autodesigna apóstol con la facilidad con la que cualquiera se bebe un vaso de agua.  En primer lugar, los verdaderos apóstoles tenían poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar a los enfermos (9: 1).  En segundo lugar, su predicación se centraba en el Reino de Dios – es decir, el sometimiento a Dios como Rey – y en curar enfermos (9: 2).  Finalmente, no tenían más que los bienes materiales indispensables, eran sostenidos sobre la base de lo más elemental y no se empeñaban en imponerse sino que estaban dispuestos a dejar el lugar donde no fueran recibidos (9: 3-5).  ¿La persona que se presenta como apóstol reúne todas esas cualidades?  Si es así, podemos comenzar a ver si, efectivamente, lo es.  No es el caso… pues juzgue cada uno lo que tiene delante.  Ese tipo de gente era, precisamente, la que iba por todas las aldeas – curiosamente no por las poblaciones más ricas e interesantes – predicando el evangelio y curando a la gente (9: 6).

No puede sorprender que el impacto de aquellos doce discípulos, con todas sus limitaciones, obligara a Herodes a plantearse quién era aquel personaje y deseara verlo (9: 7-9).  Porque la realidad es que aquellos doce tenían potencialidades muy, pero que muy limitadas, pero el resultado final podía resultar abrumador.  De hecho, el episodio que consigna Lucas a continuación lo subraya y, a la vez, muestra como el Señor haría verdaderos milagros con lo poco que tuvieran los discípulos.  Enfrentados con una multitud hambrienta, los discípulos no sabían qué hacer más allá quizá de haber recogido una colecta en el supuesto de que Jesús hubiera hecho algo semejante una sola vez en su vida.  Ante el problema de la alimentación de la gente, la orden de Jesús fue que los discípulos dieran de comer a la muchedumbre y la respuesta de los apóstoles fue que era imposible (9: 13).  Sin embargo, en esa realidad nueva del Reino, de ese Israel realizado, de esa consumación de las profecías, las matemáticas son muy distintas.  En este mundo, cuando se dividen cinco panes y dos peces entre cinco mil, el resultado es hambre; en el Reino, cinco panes y dos peces divididos entre cinco mil da saciedad y además queda un resto de doce cestas de pedazos (9: 17). 

Se cuenta que, en la Edad Media, un papa se jactó de las aportaciones dinerarias que llegaban hasta el Vaticano procedentes de los lugares más diversos.  Ironizando con la historia recogida también por Lucas en Hechos 3: 1-26, el pontífice señaló que él, a diferencia de Pedro, (Hechos 3: 6) ya no podía decir que no tenía oro ni plata.   Un cardenal presente repuso:  ”Es cierto, santidad, pero tampoco podéis decirle a un paralítico: ¡Levántate y anda!”.  La historia resulta ciertamente reveladora.  Los apóstoles verdaderos eran aquellos que tenían una autoridad que procedía de Dios y que, poseyendo sólo lo necesario, en su escasez de medios, lo ponían todo a los pies de Jesús para que actuara.  Es lo que vemos en esta porción de Lucas.  Los falsos apóstoles son aquellos que han sabido como amasar fortunas procedentes del despojo de gente muchas veces extremadamente humilde; son aquellos que insisten en trazar paralelos entre ellos y hombres como Pedro y Pablo, aunque, ciertamente no hay ninguno; son aquellos que jamás podrían decir a un paralítico que se levantara y caminara sin hacer el ridículo o tener que recurrir al fraude.  Porque, al fin y a la postre, el Reino de Dios traído por el mesías Jesús no se sustenta en el poder político, en el enriquecimiento económico o en el dominio social sino en servir de la misma manera que lo hizo Jesús, el mesías-siervo.  Este aspecto quedará más que afianzado en la siguiente sección de Lucas.

CONTINUARÁ  

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