Sí, Jesús era el mesías, pero el mesías profetizado en Isaías 53. En contra de lo que luego afirmarían los rabinos – especialmente a partir de la Edad Media – el siervo de Isaías 53 siempre fue visto por los judíos como el mesías y no como una imagen del pueblo de Israel. Ese mesías era el que sería encarnado en Jesús.
Esta enseñanza tenía además unas consecuencias de enorme trascendencia para sus discípulos porque Jesús esperaba que siguieran sus pasos. Si alguno deseaba ir detrás de Jesús, debía comenzar por negarse a si mismo, por estar dispuesto a sufrir la muerte más vergonzosa de la época – la de cruz – en ese cometido y por continuar siguiéndolo día a día. Para muchos, semejante conducta podía parecer una locura, bien distanciada de alguien que, efectivamente, siguiera al mesías. Sin embargo, la realidad es que la manera en que el mundo ve las cosas es bien diferente de cómo las ve Dios. De hecho, cualquiera que desee salvar la vida viviendo según los patrones del mundo, la perderá de manera deplorable. Por el contrario, aquellos que parezca que han perdido la vida siguiendo a Jesús, la realidad es que la habrán ganado (9: 24). Y aquí llegamos a una cuestión de enorme relevancia: no sirve de nada ganar el mundo – todo el mundo – si se pierde el alma (9: 25). Da lo mismo haber sido Napoleón, Hitler, Stalin, Jesús Polanco o George Soros. Si, al final de la vida, se tiene el mundo y se pierde el alma, el negocio no puede ser más penoso.
Al final, lo que decide el destino eterno del ser humano es si se ha seguido al mesías Jesús sin avergonzarse de él. Porque el que se avergonzara de él recibiría también el rechazo de un avergonzado Hijo del hombre cuando llegara en su gloria (9: 26).
A decir verdad, algunos de los presentes verían el reino de Dios antes de su muerte (9: 27).
CONTINUARÁ