Lamentablemente, los discípulos ni lo entendían (9: 45) ni lo seguían. A decir verdad, se enzarzaron en una discusión sobre quién era el mayor (9: 46). Ante tan penosa circunstancia, Lucas relata episodios de enorme relevancia. Primero, los discípulos no debían aspirar a ser grandes sino semejantes a los niños que, en la sociedad de la época de Jesús, estaban al servicio de todos. El que se rebaja a la altura de los demás y los sirve es el que actúa como Jesús y no el que se coloca sobre otros (9: 48).
Segundo, los discípulos de Jesús no establecen quiénes son discípulos y quiénes no como si contaran con un monopolio de patentes espirituales. Es cierto que de la manera más bochornosa y anticristiana han existido colectivos que afirman ser la única iglesia verdadera dejando de manifiesto su ignorancia de las enseñanzas de Jesús. Sin embargo, los discípulos verdaderos de Jesús saben que lo que marca al discípulo no es su membresía en un grupo religioso sino su vinculación con Cristo (9: 49-50). Si además el jefe de ese grupo se permite decir que el que no está sometido a él no puede salvarse, podemos dar por seguro que ahí no se encuentra Cristo sino el Anticristo.
Tercero, cualquier intento de imponer con la fuerza el mensaje espiritual – aunque sea movido por consideraciones sólo espirituales – es algo que no pertenece al Espíritu de Dios. El papa León X excomulgó a Martín Lutero entre otras razones porque Lutero afirmaba que el Espíritu Santo no se complacía con la ejecución de los herejes. Seguramente, el papa estaba convencido de que actuaba como cabeza de la iglesia – algo que sólo puede ser Cristo – y sumo pontífice – un tratamiento que las Escrituras reservan a Cristo – pero su convicción no podía ocultar una desviación teológica maligna, a decir verdad, totalmente diabólica. Al respecto, el último episodio de Lucas que veremos hoy es más que revelador. Los samaritanos no quisieron recibir a Jesús y sus discípulos pensaron que si descendiera fuego del cielo sobre aquella gente resultaría ideal y más que justificado. Jesús vio todo de una manera diametralmente opuesta. En primer lugar, Jesús dejó de manifiesto que la gente que hablaba así no sabía de qué espíritu eran (9: 55). No eran gente de buena fe aunque equivocada como ahora se suele decir de los funcionarios de la inquisición. Por el contrario, se trataba de personas que ignoraban el espíritu al que servían y que no era, ciertamente, el de Dios. El versículo 56 ha sido suprimido de manera bochornosa en algunas versiones modernas de la Biblia y, curiosamente, es la clave. El Hijo del Hombre es ese mesías que no ha venido a perder las almas de la gente sino a salvarlas.
A fin de cuentas, el mesías estaba claramente definido en la enseñanza y la conducta de Jesús y lo mismo cabía esperar de sus discípulos verdaderos. Esos discípulos genuinos no se enseñorearían de los demás sino que los servirían. No juzgarían a los demás por pertenecer al mismo grupo que ellos sino que sabrían si otros estaban o no en la verdad si, realmente, se apegaban a la enseñanza de Jesús. Finalmente, no utilizarían la fuerza para imponer su mensaje porque esa conducta es propia de un espíritu que no es el de Dios y cuando se actúa así se ha perdido totalmente el rumbo espiritual. Si se comportaban de esa manera, serían un fiel reflejo de su Maestro. De lo contrario… cualquier cosa menos discípulos de Jesús.
Éste será nuestro último estudio bíblico antes de las vacaciones. Todavía los próximos días tendremos, Dios mediante, posts diarios hasta acabar la serie de Teología contemporánea. Luego nos despediremos hasta nuestro reencuentro en la primera semana de septiembre. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
CONTINUARÁ